miércoles, 19 de marzo de 2014

Lo que los niños, “esos locos bajitos”, dejan en el consultorio.

Para revista Ensayos
Silvia Sisto


Como analista que también trabaja con niños me planteo muy a menudo este tema de la política del inconsciente…por eso voy a empezar por el final…por el resto, lo que queda después de lo que el juego posibilitó.¿Cuál es el destino de esas pequeñas cosas que algunos pequeños pacientes dejan en el consultorio? Diferentes de las que olvidan o regalan, las que dejan...

Casi sin darme cuenta mi consultorio se fue poblando de sutiles objetos heredados, signo de quién sabe qué cosa tramitada, o no, los fui ocultando, sutilmente también. No incluí la posibilidad de tirarlos. Y así, casi sin darme cuenta se fueron transformando.
El mono de Bárbara, ese con el que ella dormía se convirtió en Arturo el interlocutor permanente de Gastón que se lo llevó a su casa, le armó un espacio, lo cuidó y así pudo dormir solo; finalmente lo dejó.  Para aquel otro pequeño de siete años, no fue sencillo portar la máscara del león, esa que dejó el último verano antes de las vacaciones.
Y así podría seguir la serie de objetos abandonados y  después retomados en otra trama, bajo otro nombre, y yo allí olvidando que Arturo es un mono y Erick  una voz detrás de la máscara.
Vestiduras de objeto, en transferencia, como la varita que sale de la lata que algunos  piden que yo haga funcionar, y no sé, algo pasa, algo se transforma a la cuenta de 1,2, 3
O la bola de cristal que la niña maga encontró sobre esa mesita (un cairel redondo sobre un plato) para ella fue:- ¡¡tenés una bola de cristal!!
Es decir,  no se trata de “juguetes” en el sentido convencional del término se trata de objetos que permitan alguna “transferencia”. Según el recorrido que ofrece el diccionario etimológico,  juguete deriva de juego, o sea un juguete se construye en un juego, no en una juguetería.
En el trabajo con niños gravesesto se complejiza másaún. Vemos asomar  en nuestros propios cuerpos el “dolor” de este trabajo de ligadura que es el juego.  La repetición,  que a veces parece llegar hasta lo  infinito, es agobiante.
Sólo una interpretación acertada de la escena, como escena puede precipitar el juego. Recuerdo una niña autista de 9 años con síndrome de Down que repetía el juego de hamacarse colgándose de mis brazos y dejándose caer, movimiento seguido de una carcajada más cercana al ruido que a la risa. Siempre igual, colgándose-descolgándose-carcajada/ruido. Cuerpo a cuerpo y  carcajada/ruido, en la carcajada el goce en el cuerpo que sale con un ruido que no llega a ser risa. Interpreté el movimiento como juego. Jugué.
Sí, parece extraño, pero por ambas había que interpretarlo como juego
  Hasta que un día esbozó un mammmá.
Allí instalé la escena: “- juguemos a la mamá.”
A lo cual siguió que la criatura dijera: “-caca.”
Fuimos al baño. Hizo caca. Esto fue en varios movimientos, no en una sesión, sino en un tiempo.
La lectura podría ser que: entre el cuerpo a cuerpo y la carcajada/ruido, la palabra emergió porque algo del objeto cayó  en ese juego de colgarse/descolgarse (por la vía de la palabra caca, un objeto cae de su cuerpo, se descuelga, la palabra hace caer al objeto del cuerpo). La carcajada (la voz como objeto) no lograba hacer caer al objeto pero finalmente el mammmá emergió de allí y una sonrisa se esbozó.
Nunca más palpable aquello de  que el significante funciona por oposición y diferencia. En el caso de esta niña, sólo poniendo el cuerpo podría instalarse algo –aunque precariamente– ya que la criatura tenía 9 años al momento de la consulta y no tenía ningún esbozo de lenguaje y ningún hábito instalado.
¿Será poco? Pero ese poco, para esta niña y su familia, puede ser un montón, diría nuestra querida MimiLanger.
De la clínica que practicamos emana nuestra política del inconsciente. ¿Premeditada? ¿Azarosa? Tiendo a pensar en las combinaciones de lecturas, análisis, práctica… crisis



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