jueves, 24 de octubre de 2013

Cuando un diagnóstico hace nombre.

Cuando recibo a este chico, que trae consigo un video en un pendrive, no imaginé que intentaba narrar su historia de la única manera que puede hacerlo, con imágenes.

Esta historia comienza así: me llama por teléfono su mamá para pedirme un turno para su hijo de 16 años, y lo primero que me dice es que es un psicótico, lo presenta de esa manera, y me cuenta brevemente una especie de historia clínica. Hubo dos analistas antes que yo, en lo que fue su primera infancia. Y de los 12 años hasta ahora que tiene 16 no hubo ningún tratamiento. Me hace como una especie de interrogatorio, como queriendo saber si yo estaría “en condiciones” de atender al hijo. Me mostraba las dificultades que iba a haber, me pregunta cómo es mi consultorio. Ella no quería perder tiempo, es una mujer muy expeditiva, y en cierto sentido creo que está bien, después lo entendí. Le dije que me interesaba escucharlos, que probablemente había que trabajar mucho entre todos. La mamá y su esposo actual, que no es el papá de Luis, concurren a una primera entrevista. Vienen de una manera desesperada porque la vida es un caos, ya no es posible vivir con Luis de esa manera, en esa casa. Todo desborda, hay episodios de violencia todo el tiempo, es un chico de dos metros. Y, “que se levante es un caos, que se acueste es un caos, a todo le pone resistencia, tiene cantidad de rituales, con lo cual todo es un obstáculo”. Él no puede dar cuenta de que le pasa y se violenta, y les dice que los va a matar. Entonces el registro de la madre es que algo allí se estaba poniendo peligroso.
El padre de Luis, ahora muy alejado, fue un muchacho adicto a la cocaína, que estuvo internado y preso alternadamente. La pareja se separa cuando Luis tiene 6 años y ya había dos hermanos más muy seguiditos. Luis es el mayor, y ella se separa de este muchacho en medio de un caos, sin dinero y sostenida por su madre.
Cuando los entrevisto detecto que no había ninguna evaluación médica,
ningún médico había hecho un chequeo ni neurológico ni psiquiátrico, ni nada, nunca. Como estábamos cerca de las vacaciones, les recomiendo que se tomen el verano para consultar, que yo incluso les hacía una nota, un pedido y que de acuerdo a esos resultados íbamos a evaluar un trabajo también con un psiquiatra. Y ahí la madre se angustia terriblemente, y dice que no puede tolerar que Luis sea un paciente psiquiátrico, que tenga que tomar medicación, que entonces no se va a curar, y empieza a relatar una cantidad de cosas que tienen que ver con sus ideales y que no coinciden ni un poco con la realidad. Ella dice: “no se va a poder casar, no va a poder tener hijos, no va a poder…” y yo le digo que seguramente habrá cosas que no podrá hacer, así como también habrá muchas que sí, que vamos a ir viendo porque uno nunca sabe cuál es el límite. Son esas apuestas que un analista hace para empezar a trabajar. Y yo tenía muchas menos expectativas de las que ahora, por suerte, se están armando.
En cuanto a su modalidad, su hablar literal produce un efecto gracioso en el que escucha pero para él no es gracioso, él lo dice de verdad, murió Lita de Lazzari, y me dice, muy serio “bueno, ya no va a poder salir más a buscar precios por ahí” Yo por supuesto me rio, y él, muy serio me dice “no te rías, estamos hablando de una persona que falleció”
Entonces, cuando dice “te voy a matar”, ¿es así? Ahí empecé a introducir el humor, y él se enganchó, se sintió cómodo. Ahora me permite que me ría porque le explico por qué me rio, le cuento qué es lo que me causó risa a mí, y ahí entiende. La metáfora está en falla, pero la explicación lógica tiende a funcionar.
En las primeras entrevistas que tengo con él, viene con la madre y su marido, que él dice que es el padre porque desde los 6 años que vive con él. Él los quiere hacer pasar, así que durante un mes más o menos trabajé así.
Entre tanto, neurológicamente no tiene nada detectable, entonces la neuróloga, con muy buen criterio dijo que si la psicóloga indicó que fueran a un psiquiatra era válido, y con todo esto ella hizo otro informe y pudimos hacer la derivación a psiquiatría. Se lo empezó a medicar con Risperidona a 1mg diario. Con mucha resistencia por parte de la familia, que no quería, pero en el medio hubo dos episodios de violencia. No fueron graves, pero a mí me obligaron, y a ellos también, a decir “bueno, este es el límite”. Es muy triste y muy penoso como queda él después de esos episodios. Queda arrasado, se mete en la cama y se pone a llorar. Y llora como un bebé. Hubo mucho intercambio telefónico en ese período. Les expliqué a sus padres el valor de los rituales para Luis, y la importancia de que le permitan hacerlos, que vayan negociando algunas cosas, al menos hasta que la medicación hiciera algún efecto. De igual manera que con él fui apelando a la lógica y la explicación con ellos.
Las entrevistas familiares eran muy impactantes porque se sentaban él de un lado, los padres enfrente y yo en el medio. Los padres muy juntitos, muertos de miedo. Y él, expandido: “Porque estos dos a mi me maltratan, me dicen que soy un Psicótico” y empezaba a quejarse “yo quiero decirlo todo acá, y ahora, adelante de ellos” y los padres trataban de justificarse: “bueno Luis, pero vos, etc.” En ese tiempo, se negociaron algunas cosas, algunos permisos. Por ejemplo, él se quejaba de que la madre lo higienizaba, y tenía razón, entonces pudimos negociar que lo haga solo. Y me parece que ahí empezó a ponerse en escena la relación simbiótica entre la madre y Luis. La dificultad de ella para ver que ahí había un muchacho, no un nene de tres años.
Un detalle más: en la escuela no había armado lazo social con nadie a pesar de haber hecho la primaria y lo que iba del secundario en el mismo colegio. Cuando tocaba el timbre del recreo realizaba un ritual hasta que volvía a sonar el timbre, entraba y se sentaba. El punto es que en el colegio lo cargaban, y este chico iba a terminar agrediendo. Por ahora lo hacía con insultos.
En ese contexto, entre estas entrevistas con él y con los padres, conversaciones con la psiquiatra, advierto también su frialdad, parece como una máquina, no tiene nada afectivo. A veces pensaba: “pero este pibe... puede matar”, si la situación lo presiona lo suficiente.
Cuando vuelve de la escuela, él baja del colectivo y va hasta su casa corriendo porque no puede soportar el tiempo de recorrido hasta llegar a su casa donde se siente seguro mientras todo funcione. Un día en su casa se cortó la luz y él estaba solo. Fue una situación bastante delicada porque se desestructuró: fue a buscar la caja de juguetes de cuando era nene, que la madre tenía guardada arriba en la baulera, sacó sus juguetes y se quedó jugando en la oscuridad. Buscó apaciguarse con algo.
El video del que hablo en el inicio dura 27 minutos, es muy denso, oscuro y da cuenta un poco de este caos interno en el que él vivía hasta ese momento, se llama “El espanto en la mano”. Él actúa algo que tiene en su cabeza, no hay un guión ni nada por el estilo. Es pura improvisación. Una escena la filmó la madre, y el maquillaje se lo hizo la madre también. Como ve muchas películas, ve muy buen cine, con eso armó frágilmente las escenas. Una de ellas es tremenda: se mira la mano y le resulta extraña. Esta escena transcurre en el baño, en la ducha. En este video él muestra la vida en su casa, el horror que vive, hay algo circular todo el tiempo, encerrado, en esa relación con los hermanos, la madre, los perros. Y también su desesperación porque no lo entienden. Creo que – con este trabajo - se contuvo a sí mismo.
Lacan, en “Dos notas sobre el niño”, ubica el síntoma del chico en relación a la pareja, a la familia o al fantasma de la madre. Pienso que en este caso, este jovencito ocupa el lugar del síntoma en los tres lugares.
En un momento del video aparece la imagen de un médico y atrás aparece un chico de 12 años. Cuando él tenía 12 años su madre pierde un embarazo del hombre con el que vive ahora, que hubiese sido su cuarto hijo. Lo pierde en un estado muy avanzado, tenía casi 8 meses, pero lo peor del caso es que ella estuvo muy grave, y casi se muere. Luis respondió derrumbándose en plena pubertad, además no estaba en tratamiento. Este episodio familiar fue justo en el peor momento, en el momento del pasaje de la infancia a la adolescencia, evidentemente sin una construcción simbólica que lo acompañe, y a eso se sumó el episodio familiar.
Por efecto de la medicación se empieza a calmar. Él empieza a darse cuenta de sus dificultades, me dijo “yo tengo problemas de sociabilización, no puedo relacionarme con los demás”. Me hizo acordar a Temple Grandin en el libro de Oliver Sacks[i], cuando ella se da cuenta de que hay algo en las relaciones afectivas a las que los otros pueden acceder y ella no. Él se da cuenta que los demás pibes pueden algo que él no puede. Me pregunta: “bueno, si yo me encuentro con alguien en la calle, ¿qué le digo?”Entonces empezamos a practicar, como si fuera un nene que está jugando a la vendedora. Le digo: “hola, que tal, cómo le va”, y con estas situaciones él empieza a sentirse con más recursos disponibles.
Aparece entonces Facebook. Él trata de hacerse un Facebook como sus compañeros, pero no lo entiende, y ahí queda bien claro que el estadio del espejo no está atravesado. Porque en el Facebook, uno ve lo del otro y lo propio dependiendo en qué lugar del Facebook se pare, hay dos lugares: uno oculto y otro público, y además de muchos otros a la vez. Para él esto era imposible, su uso era tan caótico que sus amigos, que no eran muchos, lo bloquearon.
Entonces se le ocurre abrirse una cuenta en Twitter. En Twitter, es diferente, se sigue una determinada noticia, se trata de seguir a otro. Empieza entonces a subir cosas. “Lita de Lazzari no podrá seguir recorriendo supermercados” fue la primera noticia que puso. Porque él está siempre muy atento a las noticias, los noticieros y programas de espectáculos, sus rituales de hecho tenían que ver con estos programas. Uno lo lee y se muere de risa, y de hecho lo empezó a seguir mucha gente, ¡que se moría de risa con lo que él escribía! Él empezó a seguir también a otra gente, y a armar así algunos lugares, y algunos se fueron estabilizando, en el sentido de que los mismos fueron siguiendo varias cosas.
Ahora dice que quiere tener amigos y también quiere tener novia. Claro, lo que quiere es tener una vida normal, quiere lo mismo que todos. Me dijo “yo sé que no tengo que decir algunas cosas”. “¿Cómo hago yo para tener una novia?” me pregunta. Le digo que si le gusta una chica se tiene que acercar, la tiene que saludar, mandarle un mensaje por twitter, etc. Él dice que no sabe en dónde conocer chicas, porque en su colegio no hay, y las que hay a él no lo miran, además no sale a ningún lado porque hay mucha inseguridad.
Algo importante es que empezó dos talleres de cine. Uno individual y uno grupal. Le gusta mucho el individual. El profesor parece que le tiene mucha paciencia, le explica, ven películas, conversan. Y en la grupal, se pierde un poco, cada uno tiene una función: uno es guionista, otro director, otro se ocupa de la cámara. Y él sólo quiere ser director. Pero claro, no puede ser siempre director en el grupo, entonces empieza “pero yo no soy buen guionista, a mí los guiones no me salen – él no puede escribir un texto - yo sí me puedo imaginar imágenes de lo que escribe otro”. Entonces empezó a darle lugar a esa posibilidad, de pensar escenas. Y se le ocurrió comparar en algunas películas, el guión con la película y ver en qué cambiaron, si es textual o si hubo cambios. Un trabajo minucioso, que el profesor le permitió hacer.
Finalmente en su video, cuenta la historia de un chico que toma a su propia mano como extraña para sí mismo. Esa mano lo mata. El médico llega y dice: “El paciente es un esquizofrénico y el espanto estaba en su propia mano”.
Él llega con este trabajo, puramente imaginario como intento de acotar lo Real y el trabajo analítico es un intento de aportarle lo simbólico en falta. El video por sí solo no alcanzaba, es en la articulación del video y el relato que hace cuarto nudo, que aunque frágil anuda. Luis y su familia salieron del caos….



[i] En Sacks, Oliver: Un antropólogo en Marte. Capítulo del mismo nombre. Ed. Anagrama, Barcelona, 1997.

Psyche Navegante N° 103 – www.psyche-navegante.com – Octubre 2012
Psicoanálisis - Sección: Práctica


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