Es éste un caso donde
reivindicar el valor de una mirada va más allá de provocar una entrega
meramente imaginaria, sino como posibilidad de reflejar una posición subjetiva,
donde se ayuda a alguien a reconocerse a sí mismo.
Una de las miradas trata
de buscar un reconocimiento pleno de si misma, la otra, que algo pueda empezar
a decirse. El registro imaginario no puede -creo- "chuparse" todas
las miradas en un mismo estatuto.
M. consulta “por mal de amores”
así dice ella. Es casada y tiene 2 hijos, su familia tranquila. Trabaja en una
dependencia del estado, todo siempre igual, sin grandes emociones. Pero desde
hace tres años todo cambió.
Lo conoció a él, que también es
casado y con dos hijas. Su vida se volvió un infierno. Con todo el brillo, el
calor y la luz que esto implica. Teniendo en cuenta que ella es practicante de
la iglesia llamada popularmente de los “Testigos de Jehová”. A dicha iglesia
llega por intermedio de su madre.
“Ya no duermo, estoy pendiente
del teléfono. Sufro permanentemente de celos, pienso en ella. Si estará con
ella, si harán el amor. Cuando nos vemos sólo peleamos, me pongo muy agresiva”.
Con respecto a su marido, nada.
No le interesa, sólo lo desprecia y pelea por que él quiere tener sexo y ella
no. Su sexualidad cambió desde que tiene amante. “El” la hizo sentir una mujer.
Con su marido nunca sintió algo igual.
Podría conjeturarse que con su marido
nunca sintió a una mujer como ahora, su amante le ofrece una. Pero una que no
se da cuenta, no dice nada.
Un sueño posterior y su
asociación revelará de qué “una” se trata.
Ella, la paciente, aparece
impecable, tersa, prolija, su expresión casi no se conmueve. Nada parece
conmocionarla.
Hace un tiempo tomó la decisión
de separarse. Le dijo a su esposo que ya no lo amaba, habló con sus hijos, con
sus padres, con el pastor de la iglesia.
Pero esperó una respuesta de él,
un gesto. No sucedió así, no hubo nada nuevo, sólo la frase de siempre: “Dame
tiempo, las nenas son chicas”.
Así que decidió volver con su
marido para darle celos a él, para hacerlo sufrir y terminar con esa historia.
Hace un tiempo tomó ésta
decisión, esperando un gesto, pero nada.
Ahora se debate entre un odio
desenfrenado y una gran tristeza.
Soñó, “que lo iba a buscar a la
casa, que era la casa de los padres. La atendía el padre. El dormía la siesta.
De pronto sale medio dormido de entre el padre y la madre. Ella le pide
hablar.”
El sueño, la hace hablar de “La
siesta”.
Nunca fue éste cualquier momento
para M. Cuando niña su tío materno la llevaba a dormir la siesta y la tocaba.
Hacía que ella lo tocara. Recuerda con mucha claridad la sensación de algo
húmedo entre sus manos.
Su madre nunca supo interpretar
algún gesto que a M. le permitiera hablar.
Ella no se dejó conmover, el goce
la paralizó.
Su alergia empezó por allí, las
manos se le escaman hasta quebrarse y sangrar.
Entre ella y la otra, la madre.
Esa otra donde los gestos no se reflejan.
Pero “El”, salido de entre el
padre y la madre, le había ofrecido a esa otra para que ella intente dejarse
manosear frente a su mirada tiesa. Frente a un testigo.
Escena dolorosa que sangra por la
herida.
Intervención breve: ¿Ella y su
mamá no se dan cuenta de nada o se hacen las que no ven para no ser
descubiertas mirando?
¿Y usted hasta cuando piensa
dejarse manosear para que ella mire?
Y ver reflejada en sus miradas su
propia imagen tiesa y fría. Casi muerta casi viva.
Levemente comenzó a llorar, a
pestañear, a dejar correr su maquillaje indeleble. Ya no parece una Muñeca de
porcelana ahora tomó color de Mujer.
El, su tío, le había dado ese
lugar, la había hecho sentir una mujer.
Intervenir en relación a este
goce se torna imprescindible.
-¿Usted porqué cree que se queda
esperando un gesto para hablar?
-Es que yo lo quería, es más, no
puedo sentirle bronca
Otra dimensión comienza a
instalarse. Ella, su madre. El, su tío.
Recuperar su color de mujer
después de aquella escena mirada-no mirada habla de su goce en carne viva a la
hora de la siesta.
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