Silvia Sisto: La primera
cuestión: ¿cuánto tiempo hace que venís recopilando este material?
Lidia Lerner: Ya van a ser cerca
de veinte años.
S.S.: ¿Cuándo y cómo salió el
libro?
L.L: A fines de 1998; el libro
fue el producto de la recopilación. Y la recopilación obedeció a dos
inclinaciones: soy periodista porque me gusta mucho la escritura, pero también
me gustan mucho los chicos. Al principio, las anécdotas me llamaban la atención
en forma natural: me hacían reír, me conmovían, me sorprendían. Empecé
escribiendo las de mi sobrino y chicos conocidos. Y solía comentarlas
espontáneamente con amigos: “Che, no sabés; mi sobrinito...”, o “un
vecinito...”. Pero después se sumó la
respuesta de la gente. Llegaba al trabajo y un compañero me decía: “¡Ah, Lidia!
A vos, que te gusta, ¿sabés que hoy mi nena hizo tal cosa?”. O en una reunión
entre amigos, yo contaba una historia y todos nos enganchábamos en recordar
otras. Así noté que no era algo individual sino que despertaban un interés
general. Y entonces empecé a recopilar
S.S.: ¿Siempre escribiste?
L.L.: Escribía notas, poemas,
cuentos... En periodismo no es como en psicología, que tenés que recibirte para
ejercer. Así que yo ya colaboraba con algunos medios mientras estudiaba. Y en
el caso de las anécdotas infantiles, me pareció que además de ser un material
atractivo por lo divertido o enternecedor, también era algo interesante desde
el punto de vista testimonial. Yo registraba que entre las anécdotas que me
contaba la gente grande acerca de su infancia, y las que hoy se producen entre
los chicos, había diferencias que hablaban de cambios culturales, de momentos
históricos. Las cosas que llaman la atención a un chico de campo no son las
mismas que llaman la atención a un chico de ciudad en la misma época.
Análogamente, anécdotas que incluyen, por ejemplo, malas palabras en el aula,
son de hoy y no de hace sesenta años.
S.S: ¿Había coincidencias
también?
L.L.: Tal cual.
Hay muchas coincidencias, y son las que dan cuenta de los procesos –digamos–
“naturales”. Es decir, de lo que en general es común a todos los chicos, en diferentes
momentos o lugares. Se pueden encontrar variables verticales que atraviesan las
épocas y que hablan de que siempre, o al menos por períodos muy largos, el ser
humano cerca de los dos años piensa tal cosa y cerca de los doce tal otra. O
que las nenas esto y los varones esto otro. Es decir, estos pequeños
testimonios posibilitan diferenciar lo “natural” de lo cultural.
Otra cosa que me pareció
interesante al decidir recopilar estas pequeñas historias es que además de
permitirnos analizar las conductas de los niños nos permiten analizar nuestras
respuestas como adultos. Al leer un relato observo: “¡Uy, mirá! Si vos le
contestás a un pibe así, él piensa tal otra cosa”. Es decir, registrar estos
testimonios nos permite también reflexionar sobre nuestra propia conducta.
S.S.: Cuando aparece el libro,
¿te parece que salís de la anécdota y se cierran en ese punto como tal, para
dar lugar a otro tiempo de escritura ?
L.L.: Eh... No sé si te estoy
entendiendo, pero por ahí sí. Hay dos cosas que me resuenan de lo que decís.
Por un lado, sí; se cierra algo de mi proceso personal con la recopilación y
del valor social o público que toma. Pero, por otro lado, no es lo mismo una
anécdota suelta que el clima que se da al leer una serie de anécdotas. En el
libro uno puede sumergirse, ver las historias en conjunto, asociarlas,
compararlas... Además, esa fue una recopilación más lenta, más trabajosa, pero
también algo más personalizada. Yo conozco a muchos de los chicos o entablé una
relación más estrecha con los maestros o familiares que me contaban las
anécdotas. La recolección implicó un trabajo más artesanal. Hoy, desde que se
publica Palabras Mayores, la afluencia de anécdotas es permanente y masiva. La
producción de la página sigue siendo absolutamente artesanal. A veces tardo
meses en encontrar un título para una historia o en resolver cuestiones de
escritura (por ejemplo, para que una anécdota se entienda y, a la vez, no se
anticipe el final). Además, no veo las anécdotas por separado. Si hay una sobre
sexualidad, sobre muerte, sobre religión, ya no pongo otra sobre ese tema; si
una ocurrencia radica en el lenguaje, las demás están dadas por otros factores;
si hay varias de chicos chiquitos, busco que haya también de grandes... Hay una mirada de conjunto, sobre la página y sobre
el libro. Pero en el caso del libro, también la recopilación fue artesanal,
cosa que no sucede ahora.
S.S.: ¿Cómo surge el título del
libro?
L.L.: El título “Los chicos dicen
muchas gracias, verdades y disparates” lo buscamos con Daniel Divinsky. Es un
juego de palabras con las anécdotas infantiles pero también está asociado a la
línea editorial de De la Flor. Para la página de Viva me gustó Palabras Mayores
porque destaca que la sección valoriza a los niños, a los lectores “comunes”,
valoriza la vida cotidiana.
Irene Contardo: ¿Cuál es la
función de un periodista que publica un
área como ésta? Cuando vos empezaste a estudiar y a formarte, ¿creías que podías llegar a la
gente?
L.L.: En lo que respecta a la
cercanía con el lector, sí. Cada anécdota que llega yo la constato con llamados
telefónicos, completando los datos de los chicos o pidiendo que me cuenten el
episodio oralmente. En general, la mayoría de los envíos incluyen historias
absolutamente verídicas. Pero todos al escribir modificamos la expresión;
entonces me aporta escuchar las anécdotas de boca de la gente, ya sea porque me
agrega datos o porque me permite verificar que el discurso no esté mejorado con
sanas intenciones. Un periodista político también va a constatar bien la información
y va a buscar fuentes veraces. Creo que eso hace al periodismo en sí. Por ahí,
la diferencia es que la fuente, en este caso, no es un ministro, no es una
oficina de prensa, sino que es gente común y corriente. O si es un ministro o
un artista, está declarando en su carácter de papá, de tío, de abuelo.
S.S.:. Hay rigurosidad en esto de verificar la fuente.
L.L.: Sí, sí. Total. Pensá que
publicar un invento o un chiste consciente arruinaría el valor de la sección.
De todas formas, lo que se publican son testimonios de terceros; siempre existe
algún riesgo. Pero la corroboración de la fuente y del relato lo minimiza.
S.S.: ¿Cuál es la diferencia que
hacés entre anécdota y “chiste consciente”?
L.L.: Te aclaro que hay gente que
manda chistes conscientes de los chicos sin mala intención, por error. Pero lo
que yo busco no es cuando los chicos contestan algo gracioso sabiendo que es
gracioso, cuando contestan algo con el propósito de hacer reir. Lo que yo busco
son las respuestas que dan cuando creen que están diciendo algo cierto, algo
inteligente, interesante, acertado...
S.S.: Al estilo del adulto.
L.L.: Exacto: un pensamiento
acorde a la situación. Porque es muy divertido que el chico conteste algo
gracioso, y que lo haga intencionalmente, para provocar risa. Pero ése es el
humor de los niños, que también existe, igual que en los adultos. Así como
nosotros tenemos ocurrencias infantiles pero no somos chicos: de a ratos se nos
escapan cosas que son re-disparatadas en relación a lo socialmente esperable.
I.C.: A mí particularmente me
interesa, y en esto estamos involucradas, cómo es el proceso de la adquisición
del lenguaje del niño. Es llamativo desde el lugar del periodismo, que te
interese de este proceso de adquisición. Que además inmediatamente le interesa
a la gente y es algo que repercute en otro.
L.L.: Sí, tenés razón. De todas
maneras, hablar de periodismo, más allá de los objetivos, implica una relación
muy estrecha con el lenguaje.
I.C.: ¿Hay temas que te parecen
más convocantes?
L.L.: Hay temas sobre los que
llegan muchas más anécdotas. Pero creo que porque son las grandes preguntas del
ser humano: la muerte, la existencia... También porque son temas sobre los
cuales los grandes tampoco sabemos la respuesta. Y a veces el adulto no dice:
“mirá, no sé”, o “eso por ahora es un misterio”, o “yo creo tal cosa”, sino que
elabora respuestas que transmite como reales, como objetivas. Muchas veces las
anécdotas sobre la muerte o sobre las
explicaciones religiosas son muy buenas. Pero yo no quiero que haya una sobrecarga,
por decirlo así, aprovechar esa veta, porque en la realidad el chico no le da
un espacio tan desproporcionado. Somos nosotros los que nos reímos o
impresionamos especialmente con esos temas.
S.S: Hay dos selecciones: una, la
que hacen los padres cuando te mandan “tal” anécdota, y otra la de edición.
L.L.: Seguro, es cierto; son muy
seleccionadas. Además “pruebo” muchas anécdotas cuando tengo dudas. En muchos
adultos, el sólo hecho de hacer referencia a la muerte, a la vejez o a la
sexualidad ya es suficiente. Como creo que eso es propio del adulto y no del
niño, a veces lo intento equilibrar.
S.S.: Tal vez lo equilibrás
cuando aparecen las secciones temáticas, como “12 de Octubre”, “Día de la
Bandera”, “Comienzo de clases”, porque das lugar a que aparezca otro material,
a que no sea siempre el mismo.
L.L.: Exactamente. Voy juntando y
como quien dice, dejando descansar el material, porque me ha pasado de
seleccionar algo que me parecía absolutamente único y que a los tres meses
llegara otro relato que quizás hubiera enriquecido al primero, sea por mostrar
las semejanzas, sea por oponerlo, o por dar una nueva visión sobre lo mismo.
Pero también pasó, por ejemplo, que sobre embarazo y nacimiento se juntó
muchísimo: es uno de los “temas clásicos” en las anécdotas. Terminé armando no
una sino cinco páginas... y podría haber armado veinte, sólo que elegí lo más
representativo.
I.C.: ¿La gente te manda los
títulos?
L.L.: A veces sí. Algunas veces
me sirvieron. Y a veces no me gustan para título pero me sirven para entender
un aspecto del relato, porque a veces las historias tienen más de una lectura.
Por ejemplo, una que está por salir ahora, para Pascuas. Una nena solía rezar
con la mamá. Al terminar, la nena decía: “Un besito a Jesús” , y tiraba un beso
a dos cruces lisas de madera que había en la pieza. Un día la chiquita va a una
Misa de Pascua en la Catedral; cuando el obispo está por empezar, ve atrás un
crucifijo y grita: “¡Jesús!”. La madre se hincha de orgullo... Pero luego la
nena lanza un segundo grito: “¡Pero tiene un señor!”. Al leer la historia, se
me ocurrían títulos como “Cruz tomada”,
“Ocupante ilegal”... hasta que en un momento me dí cuenta: ¡No!, acá la
cosa es otra!. No es la Cruz con un intruso: para la nena, la Cruz es
Jesús. Entonces el mejor título es: “La Cruz Invertida”.
S.S.: Tu trabajo tiene que ver
con esto, con la palabra. Sea dicha por un chico, por un adulto...
L.L.: Eso es cierto. Ahora que lo
decís me quedé pensando que muchas personas me preguntaron: “¿Por qué no
estudiaste Psicología?”. A mí me encanta escuchar y preguntar. Pero el
periodismo también tiene que ver con escuchar y preguntar. A veces soy un poco
ingenua, o excesivamente curiosa. Por ahí pregunto más de lo que la gente se
hubiera preguntado.
I.C.: Vos valorás la palabra,
pero pudiste haber sido escritora en otro lugar también. Pero no. Fue en ese
lugar de adquisición del lenguaje de los niños...
L.L.: Puede ser... Creo que
a los chicos, por su mayor
vulnerabilidad o exposición, les presto más atención en general, me conmueven
más.
*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 32 - www.psychenavegante.net
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