jueves, 29 de noviembre de 2012

Entre el decir y su lectura, la producción de una periodista


Silvia Sisto: La primera cuestión: ¿cuánto tiempo hace que venís recopilando este material?
Lidia Lerner: Ya van a ser cerca de veinte años.
S.S.: ¿Cuándo y cómo salió el libro?
L.L: A fines de 1998; el libro fue el producto de la recopilación. Y la recopilación obedeció a dos inclinaciones: soy periodista porque me gusta mucho la escritura, pero también me gustan mucho los chicos. Al principio, las anécdotas me llamaban la atención en forma natural: me hacían reír, me conmovían, me sorprendían. Empecé escribiendo las de mi sobrino y chicos conocidos. Y solía comentarlas espontáneamente con amigos: “Che, no sabés; mi sobrinito...”, o “un vecinito...”.  Pero después se sumó la respuesta de la gente. Llegaba al trabajo y un compañero me decía: “¡Ah, Lidia! A vos, que te gusta, ¿sabés que hoy mi nena hizo tal cosa?”. O en una reunión entre amigos, yo contaba una historia y todos nos enganchábamos en recordar otras. Así noté que no era algo individual sino que despertaban un interés general. Y entonces empecé a recopilar
S.S.: ¿Siempre escribiste?
L.L.: Escribía notas, poemas, cuentos... En periodismo no es como en psicología, que tenés que recibirte para ejercer. Así que yo ya colaboraba con algunos medios mientras estudiaba. Y en el caso de las anécdotas infantiles, me pareció que además de ser un material atractivo por lo divertido o enternecedor, también era algo interesante desde el punto de vista testimonial. Yo registraba que entre las anécdotas que me contaba la gente grande acerca de su infancia, y las que hoy se producen entre los chicos, había diferencias que hablaban de cambios culturales, de momentos históricos. Las cosas que llaman la atención a un chico de campo no son las mismas que llaman la atención a un chico de ciudad en la misma época. Análogamente, anécdotas que incluyen, por ejemplo, malas palabras en el aula, son de hoy y no de hace sesenta años.
S.S: ¿Había coincidencias también?
L.L.: Tal cual. Hay muchas coincidencias, y son las que dan cuenta de los procesos –digamos– “naturales”. Es decir, de lo que en general es común a todos los chicos, en diferentes momentos o lugares. Se pueden encontrar variables verticales que atraviesan las épocas y que hablan de que siempre, o al menos por períodos muy largos, el ser humano cerca de los dos años piensa tal cosa y cerca de los doce tal otra. O que las nenas esto y los varones esto otro. Es decir, estos pequeños testimonios posibilitan diferenciar lo “natural” de lo cultural.
Otra cosa que me pareció interesante al decidir recopilar estas pequeñas historias es que además de permitirnos analizar las conductas de los niños nos permiten analizar nuestras respuestas como adultos. Al leer un relato observo: “¡Uy, mirá! Si vos le contestás a un pibe así, él piensa tal otra cosa”. Es decir, registrar estos testimonios nos permite también reflexionar sobre nuestra propia conducta.
S.S.: Cuando aparece el libro, ¿te parece que salís de la anécdota y se cierran en ese punto como tal, para dar lugar a otro tiempo de escritura ?
L.L.: Eh... No sé si te estoy entendiendo, pero por ahí sí. Hay dos cosas que me resuenan de lo que decís. Por un lado, sí; se cierra algo de mi proceso personal con la recopilación y del valor social o público que toma. Pero, por otro lado, no es lo mismo una anécdota suelta que el clima que se da al leer una serie de anécdotas. En el libro uno puede sumergirse, ver las historias en conjunto, asociarlas, compararlas... Además, esa fue una recopilación más lenta, más trabajosa, pero también algo más personalizada. Yo conozco a muchos de los chicos o entablé una relación más estrecha con los maestros o familiares que me contaban las anécdotas. La recolección implicó un trabajo más artesanal. Hoy, desde que se publica Palabras Mayores, la afluencia de anécdotas es permanente y masiva. La producción de la página sigue siendo absolutamente artesanal. A veces tardo meses en encontrar un título para una historia o en resolver cuestiones de escritura (por ejemplo, para que una anécdota se entienda y, a la vez, no se anticipe el final). Además, no veo las anécdotas por separado. Si hay una sobre sexualidad, sobre muerte, sobre religión, ya no pongo otra sobre ese tema; si una ocurrencia radica en el lenguaje, las demás están dadas por otros factores; si hay varias de chicos chiquitos, busco que haya también de grandes... Hay una  mirada de conjunto, sobre la página y sobre el libro. Pero en el caso del libro, también la recopilación fue artesanal, cosa que no sucede ahora.
S.S.: ¿Cómo surge el título del libro?
L.L.: El título “Los chicos dicen muchas gracias, verdades y disparates” lo buscamos con Daniel Divinsky. Es un juego de palabras con las anécdotas infantiles pero también está asociado a la línea editorial de De la Flor. Para la página de Viva me gustó Palabras Mayores porque destaca que la sección valoriza a los niños, a los lectores “comunes”, valoriza la vida cotidiana.
Irene Contardo: ¿Cuál es la función de un periodista que  publica un área como ésta? Cuando vos empezaste a estudiar y  a formarte, ¿creías que podías llegar a la gente?
L.L.: En lo que respecta a la cercanía con el lector, sí. Cada anécdota que llega yo la constato con llamados telefónicos, completando los datos de los chicos o pidiendo que me cuenten el episodio oralmente. En general, la mayoría de los envíos incluyen historias absolutamente verídicas. Pero todos al escribir modificamos la expresión; entonces me aporta escuchar las anécdotas de boca de la gente, ya sea porque me agrega datos o porque me permite verificar que el discurso no esté mejorado con sanas intenciones. Un periodista político también va a constatar bien la información y va a buscar fuentes veraces. Creo que eso hace al periodismo en sí. Por ahí, la diferencia es que la fuente, en este caso, no es un ministro, no es una oficina de prensa, sino que es gente común y corriente. O si es un ministro o un artista, está declarando en su carácter de papá, de tío, de abuelo.
S.S.:. Hay  rigurosidad en esto de verificar la fuente.
L.L.: Sí, sí. Total. Pensá que publicar un invento o un chiste consciente arruinaría el valor de la sección. De todas formas, lo que se publican son testimonios de terceros; siempre existe algún riesgo. Pero la corroboración de la fuente y del relato lo minimiza.
S.S.: ¿Cuál es la diferencia que hacés entre anécdota y “chiste consciente”?
L.L.: Te aclaro que hay gente que manda chistes conscientes de los chicos sin mala intención, por error. Pero lo que yo busco no es cuando los chicos contestan algo gracioso sabiendo que es gracioso, cuando contestan algo con el propósito de hacer reir. Lo que yo busco son las respuestas que dan cuando creen que están diciendo algo cierto, algo inteligente, interesante, acertado...
S.S.: Al estilo del adulto.
L.L.: Exacto: un pensamiento acorde a la situación. Porque es muy divertido que el chico conteste algo gracioso, y que lo haga intencionalmente, para provocar risa. Pero ése es el humor de los niños, que también existe, igual que en los adultos. Así como nosotros tenemos ocurrencias infantiles pero no somos chicos: de a ratos se nos escapan cosas que son re-disparatadas en relación a lo socialmente esperable.
I.C.: A mí particularmente me interesa, y en esto estamos involucradas, cómo es el proceso de la adquisición del lenguaje del niño. Es llamativo desde el lugar del periodismo, que te interese de este proceso de adquisición. Que además inmediatamente le interesa a la gente y es algo que repercute en otro.
L.L.: Sí, tenés razón. De todas maneras, hablar de periodismo, más allá de los objetivos, implica una relación muy estrecha con el lenguaje.
I.C.: ¿Hay temas que te parecen más convocantes?
L.L.: Hay temas sobre los que llegan muchas más anécdotas. Pero creo que porque son las grandes preguntas del ser humano: la muerte, la existencia... También porque son temas sobre los cuales los grandes tampoco sabemos la respuesta. Y a veces el adulto no dice: “mirá, no sé”, o “eso por ahora es un misterio”, o “yo creo tal cosa”, sino que elabora respuestas que transmite como reales, como objetivas. Muchas veces las anécdotas  sobre la muerte o sobre las explicaciones religiosas son muy buenas. Pero yo no quiero que haya una sobrecarga, por decirlo así, aprovechar esa veta, porque en la realidad el chico no le da un espacio tan desproporcionado. Somos nosotros los que nos reímos o impresionamos especialmente con esos temas.
S.S: Hay dos selecciones: una, la que hacen los padres cuando te mandan “tal” anécdota, y otra la de edición.
L.L.: Seguro, es cierto; son muy seleccionadas. Además “pruebo” muchas anécdotas cuando tengo dudas. En muchos adultos, el sólo hecho de hacer referencia a la muerte, a la vejez o a la sexualidad ya es suficiente. Como creo que eso es propio del adulto y no del niño, a veces lo intento equilibrar.
S.S.: Tal vez lo equilibrás cuando aparecen las secciones temáticas, como “12 de Octubre”, “Día de la Bandera”, “Comienzo de clases”, porque das lugar a que aparezca otro material, a que no sea siempre el mismo.
L.L.: Exactamente. Voy juntando y como quien dice, dejando descansar el material, porque me ha pasado de seleccionar algo que me parecía absolutamente único y que a los tres meses llegara otro relato que quizás hubiera enriquecido al primero, sea por mostrar las semejanzas, sea por oponerlo, o por dar una nueva visión sobre lo mismo. Pero también pasó, por ejemplo, que sobre embarazo y nacimiento se juntó muchísimo: es uno de los “temas clásicos” en las anécdotas. Terminé armando no una sino cinco páginas... y podría haber armado veinte, sólo que elegí lo más representativo.
I.C.: ¿La gente te manda los títulos?
L.L.: A veces sí. Algunas veces me sirvieron. Y a veces no me gustan para título pero me sirven para entender un aspecto del relato, porque a veces las historias tienen más de una lectura. Por ejemplo, una que está por salir ahora, para Pascuas. Una nena solía rezar con la mamá. Al terminar, la nena decía: “Un besito a Jesús” , y tiraba un beso a dos cruces lisas de madera que había en la pieza. Un día la chiquita va a una Misa de Pascua en la Catedral; cuando el obispo está por empezar, ve atrás un crucifijo y grita: “¡Jesús!”. La madre se hincha de orgullo... Pero luego la nena lanza un segundo grito: “¡Pero tiene un señor!”. Al leer la historia, se me ocurrían títulos como “Cruz tomada”,  “Ocupante ilegal”... hasta que en un momento me dí cuenta: ¡No!, acá la cosa es otra!. No es la Cruz con un intruso: para la nena, la Cruz es Jesús. Entonces el mejor título es: “La Cruz Invertida”.
S.S.: Tu trabajo tiene que ver con esto, con la palabra. Sea dicha por un chico, por un adulto...
L.L.: Eso es cierto. Ahora que lo decís me quedé pensando que muchas personas me preguntaron: “¿Por qué no estudiaste Psicología?”. A mí me encanta escuchar y preguntar. Pero el periodismo también tiene que ver con escuchar y preguntar. A veces soy un poco ingenua, o excesivamente curiosa. Por ahí pregunto más de lo que la gente se hubiera preguntado.
I.C.: Vos valorás la palabra, pero pudiste haber sido escritora en otro lugar también. Pero no. Fue en ese lugar de adquisición del lenguaje de los niños...
L.L.: Puede ser... Creo que a  los chicos, por su mayor vulnerabilidad o exposición, les presto más atención en general, me conmueven más.


*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 32 - www.psychenavegante.net 

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