jueves, 29 de noviembre de 2012

Intervenciones en Soledad


Los analistas frente a la consulta de urgencia y fuera del ámbito institucional. Cuando no hay tiempo.

Sábado, 22 hs. Suena el timbre de mi consultorio que se encuentra en el lugar donde vivo pero tiene un timbre separado. Pregunto quién es y una voz muy angustiada dice:
- "Busco a la psicóloga". Hago un paneo de la situación y no sé que hacer. Podría ser peligroso abrir. Además estaba por servir la cena. Pregunto entonces quién es y quién lo envía. Una voz  de hombre dice:
- “Soy el señor de la rotisería. Mi hija se descompuso”.
Allí reconozco la voz y voy a abrir.

Así fue como conocí la historia de la Sole - como le dice el papá - de 19 años y una grave crisis emocional, según le dijeron en el hospital cuando hace dos días la llevaron con un cuadro de parálisis. Le dieron un miorelajante y a casita a descansar. Pero hoy, desde esta mañana no para de vomitar y no quiere salir a la calle. En el hospital le pasaron suero y como bajó 9 kilos en dos días tiene que tomar mucho líquido pero es peor, más vomita. También dijeron que era nervioso.
-“¿Usted no puede venir a verla a casa?” - pregunta el padre más que asustado.

Respiré profundo y dije- “No, mejor mañana a primera hora usted la trae en auto aunque sea muy cerquita su casa. Hoy traten de hidratarla despacio y cuéntele que vino a verme.”
Al advertir que al hospital no querían volver, dije eso, para intentar  armarle cierto imaginario respecto de qué encontraría en el consultorio.

Allí reconocí el beneficio y la complicación del caso: la cercanía. Traté de instalar un tiempo de espera, tal vez con cierto riesgo. De todos modos la suerte estaba echada. El pedido era a mí y algo tenía que hacer.

“Si durante la madrugada se descompensa consulten en el hospital X, indiqué, no vuelvan al anterior, no sirvió de nada”.
-“¿Cuánto me va a cobrar usted, podré pagarle?” preguntó el buen hombre.
-“Mañana hablamos, primero quiero saber si podré trabajar con ella o si hace falta, tal vez, una internación”.
Palabras fatales que lo empalidecieron y aseguró traerla al día siguiente.

A las 9 en punto suena el timbre. Soledad está muy desmejorada. Yo la conocía de vista, ella igual a mí. Nunca habíamos hablado. Se sentó muy lejos  y no alejaba la mirada de sus propios pies. En estado casi catatónico trató de relatarme los últimos episodios.

-“Resulta que salgo con un hombre casado. Mis papás no saben nada. Ya me separé, no quiero verlo más. A él no le importa de mí; no pasó más por la puerta de mi casa. Lo ví con la mujer. Yo sabía que era casado pero cuando lo vi con ella fue terrible”.
“Quiero sentirme bien. No puedo más. No paro de vomitar. No quiero acordarme del hospital.  Me siento mal. Me voy”.
-“No.  Esperá. Tengo que darte algunas indicaciones”, le digo impiadosamente.
Espera y me mira.
-"Vas a tomar una cucharadita de seven up sin gas cada 5 minutos, rigurosamente cada 5 minutos todo el día de hoy. Por la noche me llamás vos o tu papá para ver como seguimos y nos vemos mañana  a la misma hora”.
        Sale muy apurada hacia el auto y hago pasar al padre, al que le doy las mismas indicaciones e insisto que si no mejora en esa tarde habrá que internarla.
Por la tarde me llaman y los vómitos habían cedido. Soledad estaba mejor. Nos veríamos al otro día.

Con el tema de la hidratación intenté ganar tiempo. Apunté a dos cuestiones básicas: Una era que retuviera líquidos (en el hospital no le aclararon que la ingesta debe ser lenta y regular). Pero por otro lado obligué al padre o a quien fuera a quedarse cerca y mirarla. Después de que acudieran dos veces a la guardia y fueran expulsados,- a esta altura digo por suerte- y frente al pánico del padre por la posible separación de la hija, pensé que lo mas conveniente era volver a estabilizar la probable simbiosis. Pero sostenidos en cierto saber que ambos me adjudicaban. Al darles algo para hacer creo que se produjo cierto reordenamiento libidinal al mejor estilo homeopático, pero con vistas a cierta estabilización imaginaria cuya fragmentación pareciera producirse, según dice ella, cuando ve a la mujer de su amante. A pesar de que sabía que era casado, la crisis se desencadena cuando la ve. Como si no hubiera podido construir una imagen que prefigurara la escena.

Empiezo a poder conocer la historia de esta joven. Ella es quien la relata. Ese día llega también en auto pero con un vaso con seven up y una cucharita en la mano. Dice que le hizo muy bien y prefirió traerla. El sostén estaba funcionando.
Ya mas relajadas las dos, intento algunas preguntas.
Con quien vivís?
Con mi papá, mis dos hermanos ( mayores que ella) y mi mamá. Pero ellos están separados. Pero ella no se va a ir, no tiene a dónde.
- ¿Están separados y viven juntos?
Si. Hace mucho. Se pelean todo el tiempo pero se llevan bien.
Porqué tendría que irse ella?
Porque es la casa de mi abuela paterna y además ella sale con un tipo.
Y vos, ¿cómo sabés eso?
Porque la vi. Ella me saca todos los lugares. Yo bailo tango desde hace 4 años, me gusta mucho y ella empezó a ir al lugar que iba yo, se vestía con mi ropa y hablaba con mis amigas. Entonces me cambié de lugar y ella también. Ahí empezó a salir con un tipo. Yo la ví y le conté a mi papá. Además dejé de ir a bailar. Ahora va ella. Ella hace la vida que debería hacer yo y yo la de ella. Me la paso limpiando y atendiendo la casa.
Antes de ese episodio, ¿cómo te llevabas con ella?
Mi mamá es impredecible, nunca se sabe como va a reaccionar. Por ahí está todo bien y de pronto grita, se enoja, es ciclotímica. Empecé a llevarme mal desde los 13 años.
Qué te acordás de esa época?
Murió mi mejor amiga y me indispuse.
Llora y trae una serie de recuerdos que parecen no encubrir nada, igual que esa pesadilla que se repite desde hace una semana: "una mujer con rulos me corre para agarrarme, no  quiero acordarme...” Llora.
- ¿Tu mamá tiene rulos?
Ahora no. Cuando yo tenía 13, sí.
 Se calma.

Vuelvo a conversar con el padre sobre esta cuestión del lugar que Soledad dice no tener.

Es cierto. Yo soy muy estructurado. Había planificado tener dos hijos varones, por eso hice sólo dos dormitorios - uno para mi mujer y yo y otro para los varones. Todo anduvo bien. Los dos primeros fueron varones y después ella queda embarazada. No queríamos ese embarazo pero ya estaba. Nació Soledad. No había lugar. No habíamos planificado una nena y siempre durmió con nosotros. Le aclaro que yo estoy enamorado de mi hija.
Todos estos datos de la historia junto a la ambivalencia discursiva y los efectos inmediatos de las estrategias apuntan a un diagnóstico grave. Sin embargo, tomé nota de una frase pronunciada por ella respecto de su nombre: “parece que hubiera quedado condenada con ese nombre, Soledad - a la soledad- y no me gusta” 
Pensé entonces en no condenarla con un nombre diagnóstico. Le dije que ya no estaba tan sola, que contara conmigo. Se sonrió y recordó que sus pesadillas han desaparecido. 
Tal vez el trabajo recién comience, tal vez quede en esta estabilización, lo cual, no es poco.

*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 40 - www.psychenavegante.net 

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