Los analistas
frente a la consulta de urgencia y fuera del ámbito institucional. Cuando no
hay tiempo.
Sábado, 22 hs. Suena el
timbre de mi consultorio que se encuentra en el lugar donde vivo pero tiene un
timbre separado. Pregunto quién es y una voz muy angustiada dice:
- "Busco a la psicóloga". Hago un paneo de la situación y
no sé que hacer. Podría ser peligroso abrir. Además estaba por servir la cena.
Pregunto entonces quién es y quién lo envía. Una voz de hombre dice:
- “Soy el señor de la rotisería. Mi hija se descompuso”.
Allí reconozco la
voz y voy a abrir.
Así fue como conocí la
historia de la Sole - como le dice el papá - de 19 años y una grave crisis
emocional, según le dijeron en el
hospital cuando hace dos días la llevaron con un cuadro de parálisis. Le dieron
un miorelajante y a casita a descansar. Pero hoy, desde esta mañana no para de
vomitar y no quiere salir a la calle. En el hospital le pasaron suero y como
bajó 9 kilos en dos días tiene que tomar mucho líquido pero es peor, más
vomita. También dijeron que era nervioso.
-“¿Usted no puede venir a verla a casa?” - pregunta el padre más que
asustado.
Respiré profundo y dije- “No, mejor mañana a primera hora usted
la trae en auto aunque sea muy cerquita su casa. Hoy traten de hidratarla
despacio y cuéntele que vino a verme.”
Al advertir que
al hospital no querían volver, dije eso, para intentar armarle cierto imaginario respecto de qué
encontraría en el consultorio.
Allí reconocí el
beneficio y la complicación del caso: la cercanía. Traté de instalar un tiempo
de espera, tal vez con cierto riesgo. De todos modos la suerte estaba echada.
El pedido era a mí y algo tenía que hacer.
“Si durante la
madrugada se descompensa consulten en el hospital X, indiqué, no vuelvan al
anterior, no sirvió de nada”.
-“¿Cuánto me va a cobrar usted, podré pagarle?” preguntó el buen
hombre.
-“Mañana hablamos, primero
quiero saber si podré trabajar con ella o si hace falta, tal vez, una
internación”.
Palabras fatales que lo
empalidecieron y aseguró traerla al día siguiente.
A las 9 en punto suena
el timbre. Soledad está muy desmejorada. Yo la conocía de vista, ella igual a
mí. Nunca habíamos hablado. Se sentó muy lejos
y no alejaba la mirada de sus propios pies. En estado casi catatónico
trató de relatarme los últimos episodios.
-“Resulta que salgo con un hombre casado. Mis papás no saben nada. Ya me
separé, no quiero verlo más. A él no le importa de mí; no pasó más por la
puerta de mi casa. Lo ví con la mujer. Yo sabía que era casado pero cuando lo
vi con ella fue terrible”.
“Quiero sentirme bien. No puedo más. No paro de vomitar. No quiero
acordarme del hospital. Me siento mal.
Me voy”.
-“No. Esperá. Tengo que darte algunas
indicaciones”, le digo impiadosamente.
Espera y me mira.
-"Vas a tomar una cucharadita de seven up sin gas cada 5
minutos, rigurosamente cada 5 minutos todo el día de hoy. Por la noche me
llamás vos o tu papá para ver como seguimos y nos vemos mañana a la misma hora”.
Sale muy apurada hacia el auto y hago
pasar al padre, al que le doy las mismas indicaciones e insisto que si no
mejora en esa tarde habrá que internarla.
Por la tarde me llaman y
los vómitos habían cedido. Soledad estaba mejor. Nos veríamos al otro día.
Con el tema de la
hidratación intenté ganar tiempo. Apunté a dos cuestiones básicas: Una era que
retuviera líquidos (en el hospital no le aclararon que la ingesta debe ser
lenta y regular). Pero por otro lado obligué al padre o a quien fuera a
quedarse cerca y mirarla. Después de que acudieran dos veces a la guardia y
fueran expulsados,- a esta altura digo por suerte- y frente al pánico del padre
por la posible separación de la hija, pensé que lo mas conveniente era volver a
estabilizar la probable simbiosis. Pero sostenidos en cierto saber que ambos me
adjudicaban. Al darles algo para hacer creo que se produjo cierto
reordenamiento libidinal al mejor estilo homeopático, pero con vistas a cierta
estabilización imaginaria cuya fragmentación pareciera producirse, según dice
ella, cuando ve a la mujer de su amante. A pesar de que sabía que era casado,
la crisis se desencadena cuando la ve. Como si no hubiera podido construir una
imagen que prefigurara la escena.
Empiezo a poder conocer
la historia de esta joven. Ella es quien la relata. Ese día llega también en
auto pero con un vaso con seven up y una cucharita en la mano. Dice que le hizo
muy bien y prefirió traerla. El sostén
estaba funcionando.
Ya mas relajadas las
dos, intento algunas preguntas.
- Con quien vivís?
- Con mi papá, mis dos hermanos ( mayores que ella) y mi mamá. Pero ellos están separados. Pero ella no se va a ir, no tiene a dónde.
- ¿Están separados y viven juntos?
- Si. Hace mucho. Se pelean todo el
tiempo pero se llevan bien.
- Porqué tendría que irse ella?
- Porque es la casa de mi abuela paterna y además ella sale con un tipo.
- Y vos, ¿cómo sabés eso?
- Porque la vi. Ella me saca todos los lugares. Yo bailo tango desde hace 4
años, me gusta mucho y ella empezó a ir al lugar que iba yo, se vestía con mi
ropa y hablaba con mis amigas. Entonces me cambié de lugar y ella también. Ahí
empezó a salir con un tipo. Yo la ví y le conté a mi papá. Además dejé de ir a
bailar. Ahora va ella. Ella hace la vida que debería hacer yo y yo la de ella.
Me la paso limpiando y atendiendo la casa.
- Antes de ese episodio, ¿cómo te
llevabas con ella?
- Mi mamá es impredecible, nunca se sabe como va a reaccionar. Por ahí está
todo bien y de pronto grita, se enoja, es ciclotímica. Empecé a llevarme mal
desde los 13 años.
- Qué te acordás de esa época?
- Murió mi mejor amiga y me indispuse.
Llora y trae una serie
de recuerdos que parecen no encubrir nada, igual que esa pesadilla que se
repite desde hace una semana: "una
mujer con rulos me corre para agarrarme, no
quiero acordarme...” Llora.
- ¿Tu mamá tiene rulos?
- Ahora no. Cuando yo tenía 13, sí.
Se calma.
Vuelvo a conversar con
el padre sobre esta cuestión del lugar que Soledad dice no tener.
- Es cierto. Yo soy muy estructurado. Había planificado tener dos hijos
varones, por eso hice sólo dos dormitorios - uno para mi mujer y yo y otro para
los varones. Todo anduvo bien. Los dos primeros fueron varones y después ella
queda embarazada. No queríamos ese embarazo pero ya estaba. Nació Soledad. No
había lugar. No habíamos planificado una nena y siempre durmió con nosotros. Le
aclaro que yo estoy enamorado de mi hija.
Todos estos datos de la
historia junto a la ambivalencia discursiva y los efectos inmediatos de las
estrategias apuntan a un diagnóstico grave. Sin embargo, tomé nota de una frase
pronunciada por ella respecto de su nombre: “parece que hubiera quedado condenada con ese nombre, Soledad - a la
soledad- y no me gusta”
Pensé entonces en no
condenarla con un nombre diagnóstico. Le dije que ya no estaba tan sola, que
contara conmigo. Se sonrió y recordó que sus pesadillas han desaparecido.
Tal vez el trabajo
recién comience, tal vez quede en esta estabilización, lo cual, no es poco.
*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 40 - www.psychenavegante.net
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