La
transferencia, en su estructura moebiana, propone un juego que se instala
“entre” paciente y analista, implicándolos en el saber inconsciente producido
allí.
En
el número anterior (Artículo:
Oiga, qué me quiso decir?) presenté un caso donde traté de poner en
tensión la relación paciente - analista en su estructura moebiana y en lo que
“eso” operó allí, tal vez en este caso pueda seguir rodeando el tema y precisar
algo mas sobre lo que trabajé como el primer
aspecto del acto psicoanalítico : la
transferencia. Me interesa plantearla también en su estructura moebiana,
para salir de la especular contratransferencia.
Recuerdo
aquel paciente que jugando al ajedrez me pregunta ¿de qué se trata en este
juego en realidad? –era un pibe de unos 10 años-. Él sabía jugar pero pedía un
relato, una historia entre reinas, reyes y valientes alfiles, los caballos se
desbocaron y para darle un final contundente digo: “ se trata de matar
al padre” glup...!, quise decir de matar al rey.
Fue
un lapsus mío pero en la relación discursiva de este paciente en particular.
Traté entonces – no en ese momento claro - de analizar que había ocurrido allí,
qué entrecruzamiento transferencial se había producido. Momento crucial de apertura
o cierre?, ya nos advirtió Freud que
intervenir sobre la transferencia no es de buenos augurios, las defensas
se levantan y a dormir la eternidad. Aunque también Freud dice que hay que
esperarla para empezar a dar la interpretación. Parece el juego del gran
bonete...pues entonces quien lo tiene?
Como
en un sueño, “entre” – percepción y conciencia - irrumpió el lapsus, me
despertó del ritual del juego, de la cadencia propia de ese encuentro tantas
veces repetido, con muchas jugadas pre-establecidas, siempre la misma apertura:
-Peón dos Dama- , las negras él, las blancas yo, cada pieza en su lugar.
Seguí
entonces el camino de las asociaciones: hacía poco tiempo había fallecido mi padre y
el juego era una herencia de él. Bueno, en realidad no es que mi padre me lo
donara especialmente antes de morir, yo me lo quedé, siempre me había gustado.
El
nene tenía un síntoma, robaba, a su mamá y a sus hermanos. De alguna manera al
quedarme con el juego de mi padre sin consultar con mi familia, estaba
apropiándome de un objeto en cierto sentido“robado”.
Guiada
por mi lapsus convoqué a una entrevista, viene
la mamá - el papá casi nunca podía - y relata la siguiente historia: Resulta que el
papá de M. no era el verdadero padre y
ni el niño ni el hombre lo sabían, ella tenía un amante,- un amigo de la
familia- que veía regularmente y el padre era ese hombre que tampoco sabía que
ese era su hijo.
Claro,
estamos hablando del saber de la conciencia, el del yo pienso, sin embargo el saber del inconsciente por boca del
analista supo. Para matar al padre hay que saber que se lo tuvo. El mío había
muerto, la vida por la vía de la muerte lo había robado, emprendía yo el camino
del duelo con un pequeño robo. Pero a M. le robaron su historia. El no sabía
que no sabía quien era su papá. El síntoma entonces toma otra dimensión, el
ladrón había sido robado.
Pero
el lapsus se produce antes que la madre haga el relato, justamente éste lo
precipita en esa entrevista.
Algo
con el padre estaba sucediendo, alguna historia de luchas y batallas ese niño
me pedía y en medio del fragor del relato...el lapsus. No fue este el único
lapsus en la conducción de un tratamiento, pero sí uno de los que más me ha
conmovido y más recuerdo. Ese que afectó mi propia subjetividad y me lanzó a
producir un movimiento en la cura- escuchar a la madre – y a un trabajo de
análisis personal.
Este
es el punto donde Lacan plantearía que “ la transferencia es un fenómeno donde
sujeto y analista van juntos”. El analista encarnando al sujeto supuesto al saber- en el caso de este niño, el sabía jugar ajedrez,
lo que me pide es una historia, que supone yo conozco y en algún punto no se
equivoca- Entonces el analista
encarnando al sujeto supuesto al saber denota la presencia de la transferencia.
Esta
encarnadura no es vital para el psicoanalizando, plantea Lacan en “La
proposición del 9 de Octubre”, lo que
interesa es qué hace el psicoanalista
con ese saber supuesto que en realidad no sabe nada, lo no sabido . Justamente
lo no sabido plantea el armazón del saber.
Saber del inconsciente, que en este caso, pide por boca del analista la apertura. Los
padres de M. interrumpen el tratamiento del hijo en el momento en que éste los
interroga sobre el origen de ese señor al que él llama padrino. A éstas alturas
el síntoma había dado lugar a la pregunta. M. inauguraba así su entrada a la
adolescencia... seguramente éste joven caballerito sería capaz de dar batalla a
esa “madre- reina” que él insistió durante muchas de las partidas de ajedrez en sacar del juego
rápidamente, con su insistente apertura
-Peón 2 Dama-.
*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 57 - www.psychenavegante.net
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