Unas fuertes luces anuncian la
entrada, ya lo habían señalado varios carteles en la carretera. Hay que girar
profundo, las paredes son muy justas, la bajada pronunciada. Una voz metálica
salida de un metálico portero da la bienvenida y escupe por su boca un permiso
de entrada. Sube el brazo mecánico. Primer subsuelo cerrado, acceso directo al
segundo. Falta un poco el aire, los equipos no funcionan, no importa, rapidito
a la escalera mecánica que tampoco funciona. Un grupo de gente acurrucada y con
los gestos rígidos parece indicar que llegamos...
Lástima que la señorita del
altoparlante no se calla nunca, debe ser una grabación.
¡No! Por algunas variaciones percibidas y fallas en la
dicción al repetir las consignas por enésima vez, descubro que es en vivo.
Finalmente abrieron las
compuertas y unos amables caballeros orientaban las filas humanas por
laberintos con desniveles mal iluminados, varias señoras tropezaron
arruinándolo todo.
Finalmente llegamos a un salón
pequeño. Con butacas que se abren a presión. Como correspondía a estas alturas,
el ciber asiento atrapó mi bufanda...
Otra vos en off avisa que en el improbable caso de que se produzca un siniestro
(para mi gusto ya se había producido) debíamos salir ordenadamente por la
derecha.
Miré y allí estaba la puerta, me
tranquilicé?
Salí pensativa, “Mundo grúa” es
una película inquietante, que invita a la charla, al café. Pero no, no era eso.
El punto era salir del mundo shopping,
pasar todos los salvoconductos pertinentes, llegar al auto, volver...
Se mezclaron así la extraña
maquinaria de control que se instala en este tipo de complejos, donde la gente
deambula abúlica y triste buscando tal vez, que algo de la oferta se le instale
como demanda. Donde el caos está ordenado, pero no por eso deja de estar. Donde
los habitantes de ciudad caótica pueden sentirse a gusto. Allí, están seguros.
Con “Mundo grúa”, donde un
mecánico ex músico frustrado encuentra en la grúa el lugar desde donde organiza
su búsqueda y su vida. La grúa de la que él nada sabe ni le interesa, lo
arrastra por los caminos de la melancolía. Siempre agradecido, siempre dócil,
siempre ausente. Casi, como los deambuladores del mundo shopping.
Los hechos no han de ser casuales:
“el trabajo dignifica”. Repetían los viejos del discurso del viejo. Pero hoy,
el trabajo, ese lugar tan difícil de conseguir, de sostener, de que dure, mas
que dignificar, denigra. Todo vale a la hora del desempleo.
Pero justo allí, en medio de esta
desesperada búsqueda de cientos de trabajadores, independientes por exclusión,
surge: Mundo Shopping.
Donde la cuestión no es que los
trabajadores de “mundo grúa” no puedan entrar. El problema creo, es que no
pueden salir. Si ampliáramos los límites del shopping a las fronteras territoriales (ejercicio al que invito al
lector) no hallaríamos tantas diferencias.
*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 15 - www.psychenavegante.net -
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