La
clínica con niños y con pacientes graves abre a mi entender toda una cuestión
alrededor del nunca bien ponderado y siempre bien acusado “discurso familiar”.
¿Hay un
ordenamiento familiar alrededor de un significante que porta el niño o el
paciente grave en su síntoma? De ser así, la intervención con los padres u
otros miembros de la familia sobre este punto, no sólo propicia la instalación
de la transferencia de los padres en el tratamiento del hijo, sino que
re-ordena la fantasmática familiar y produce un giro en la serie de
significaciones que el síntoma encarna para esta familia.
Así
planteado y de la mano de los escritos de Rodolfo Iuorno, “La animación de lo
viviente” puede situarse lo familiar y entender la relación de familia por el
lado del aprendizaje de una lengua entre otras. La novela familiar va a poner
en evidencia que se trata de ésta y no de otra familia. De aquí el aprendizaje
simbólico que cada uno hace. Cada quien habla la lengua que sus parientes le
han enseñado. Una entre otras, en relación a la lengua y por lo tanto es esto
mismo lo que hace que haya familia.
Por otro
lado es Winnicott quien trabaja la cuestión, del espacio transicional, el
objeto transicional y la capacidad de ilusión-desilusión como tiempos
fundamentales en la constitución del sujeto.
Podría
pensarse que se trata de secuencias espacio–temporales. Sin secuencias , sin
cortes, sin ritmos, sin distancias, no hay aprendizaje de lengua posible. Esta
melodía se inicia en los primeros momentos siendo y haciendo a la vez, el
espacio transicional.
Winnicott,
reconoce la influencia de Lacan en su formulación de “el rostro de la madre
como precursor del espejo”. ¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de su madre?.
Lo que
ella “parece” se relaciona con lo que ve en él.
Por este
camino plantea la contribución que puede realizar una familia en el crecimiento
y enriquecimiento de cada uno de sus miembros.
¿Y cuando
el niño porta rasgos que develan algún secreto familiar que insiste en ser
ocultado? Siguiendo a Winnicott se reflejaría para el niño en el rostro de su
madre dicha verdad que él porta pero desconoce.
¿Cómo se
las arregla entonces el discurso familiar con esos ojos verdes del abuelo
materno biológico, que nunca fue mencionado y aparecen en una nieta?
Tal vez
esta cuestión va a ser una de las que marque la gravedad o no de un caso. Lo
que hace que muchas veces los analistas creamos que tenemos que hacer
discursear a los ladrillos para que la construcción no sólo sea sólida, con eso
no alcanza. Es necesario encontrar la grieta, que justamente hace que no se
precipite el derrumbe.
Así fue
como en una entrevista familiar aburrida e informativa, sin querer, sin
vacilar, sin otro objetivo que quebrar ese discurso familiar cerrado y sólido
donde no se entendía porqué ella no hablaba, ni miraba, ni reía. Si todo
parecía en orden.
En esa
entrevista, por la nada de esos vacíos ojos donde sólo quedaba un color,
pregunto:
¿De
quien sacó esos ojos verdes?
Hubo que
soportar el derrumbe, la caída, el odio, finalmente apareció en la niña “la
mirada”, en la madre cierto alivio, en el padre cierto desconcierto, en la
abuela cierta certeza.
Ahora sí
había una grieta por donde entrar.
Ahora se
miraban con “valor” en la mirada. Con valor significante restado del discurso
familiar.
*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 20 - www.psychenavegante.net -
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