jueves, 29 de noviembre de 2012

Haciendo discursear...


La clínica con niños y con pacientes graves abre a mi entender toda una cuestión alrededor del nunca bien ponderado y siempre bien acusado “discurso familiar”.

¿Hay un ordenamiento familiar alrededor de un significante que porta el niño o el paciente grave en su síntoma? De ser así, la intervención con los padres u otros miembros de la familia sobre este punto, no sólo propicia la instalación de la transferencia de los padres en el tratamiento del hijo, sino que re-ordena la fantasmática familiar y produce un giro en la serie de significaciones que el síntoma encarna para esta familia.
Así planteado y de la mano de los escritos de Rodolfo Iuorno, “La animación de lo viviente” puede situarse lo familiar y entender la relación de familia por el lado del aprendizaje de una lengua entre otras. La novela familiar va a poner en evidencia que se trata de ésta y no de otra familia. De aquí el aprendizaje simbólico que cada uno hace. Cada quien habla la lengua que sus parientes le han enseñado. Una entre otras, en relación a la lengua y por lo tanto es esto mismo lo que hace que haya familia.

Por otro lado es Winnicott quien trabaja la cuestión, del espacio transicional, el objeto transicional y la capacidad de ilusión-desilusión como tiempos fundamentales en la constitución del sujeto.
Podría pensarse que se trata de secuencias espacio–temporales. Sin secuencias , sin cortes, sin ritmos, sin distancias, no hay aprendizaje de lengua posible. Esta melodía se inicia en los primeros momentos siendo y haciendo a la vez, el espacio transicional.
Winnicott, reconoce la influencia de Lacan en su formulación de “el rostro de la madre como precursor del espejo”. ¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de su madre?.
Lo que ella “parece” se relaciona con lo que ve en él.
Por este camino plantea la contribución que puede realizar una familia en el crecimiento y enriquecimiento de cada uno de sus miembros.

¿Y cuando el niño porta rasgos que develan algún secreto familiar que insiste en ser ocultado? Siguiendo a Winnicott se reflejaría para el niño en el rostro de su madre dicha verdad que él porta pero desconoce.

¿Cómo se las arregla entonces el discurso familiar con esos ojos verdes del abuelo materno biológico, que nunca fue mencionado y aparecen en una nieta?
Tal vez esta cuestión va a ser una de las que marque la gravedad o no de un caso. Lo que hace que muchas veces los analistas creamos que tenemos que hacer discursear a los ladrillos para que la construcción no sólo sea sólida, con eso no alcanza. Es necesario encontrar la grieta, que justamente hace que no se precipite el derrumbe.

Así fue como en una entrevista familiar aburrida e informativa, sin querer, sin vacilar, sin otro objetivo que quebrar ese discurso familiar cerrado y sólido donde no se entendía porqué ella no hablaba, ni miraba, ni reía. Si todo parecía en orden.
En esa entrevista, por la nada de esos vacíos ojos donde sólo quedaba un color, pregunto:

¿De quien sacó esos ojos verdes?

Hubo que soportar el derrumbe, la caída, el odio, finalmente apareció en la niña “la mirada”, en la madre cierto alivio, en el padre cierto desconcierto, en la abuela cierta certeza.
Ahora sí había una grieta por donde entrar.
Ahora se miraban con “valor” en la mirada. Con valor significante restado del discurso familiar.


*Artículo publicado en la revista Psyche Navegante N° 20 - www.psychenavegante.net -

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