El orfanato es una
película conmovedora, una de esas que echa a andar los propios fantasmas, los
de la infancia.
“Dirigida por el debutante Juan Antonio Bayona y producida
por Guillermo del Toro, la película se centra en la historia de Laura (Belén Rueda), una mujer que
compra la casa donde antes funcionaba el orfanato en el que se crió. Junto a su
marido Carlos (Fernando Cayo)
y su hijo adoptivo Simón (Roger
Príncep), Laura se instala allí con la intención de abrir una residencia
para niños discapacitados.
Sin embargo, la vida familiar comienza a volverse
inquietante cuando Simón se involucra en juegos de fantasía cada vez más
intensos junto a sus nuevos amigos imaginarios. A partir de allí Laura sospecha
que existe algo en esa residencia que amenaza a su familia, y poco a poco va
descubriendo la historia de la casa tras su marcha hace ya muchos años[1]. ”
Si miro la película
desde mi quehacer como psicoanalista, puedo decir que “El orfanato” es la historia de un niño jugando con los fantasmas de su
madre.
Madre que de niña
vivió allí, dónde ahora todos irán a vivir. De pequeña y sin que nadie le avise fue adoptada y
retirada de la institución, fue alrededor de sus 8 años que se la llevan de
ese mundo de gallitos ciegos. Es la elegida. Es adoptada y aunque ella no lo
sepa conscientemente, se salva. Es la sobreviviente. La que no pudo despedirse
ni avisar a sus amigos, los pierde.
Laura vuelve ¿por
qué? ¿para qué? Vuelve con su marido y su hijo a la antigua casa donde funcionó
el orfanato.
El paisaje es tan
bello que da miedo.
Su hijo también es
adoptado, aunque él no lo sabe, tampoco
que tiene HIV. Pero es un niño muy inteligente y busca, y encuentra. Él no está
sólo, allí están también los otros niños que sólo él ve. Los niños de la
infancia de su madre, los compañeros de juegos que se quedaron sin ella.
En las noches de miedo
en esa gran mansión Laura introduce a su hijo en el mundo del juego, inventa
historias nocturnas para que no tema a la oscuridad. Juega e ilumina el afuera
desde adentro con un bello truco que el niño no descubre.
Iluminar el afuera desde adentro podría ser
una de las formas de la función materna, ella puede con eso. Puede con eso
respecto al niño pero no a ella. Hay cierta oscuridad interna que la perturba
desde siempre.
El niño también la lleva a su juego: la búsqueda del tesoro. Pero
en el juego de Simón, ese que hace con sus amigos imaginarios, no hay ficción. Según
las reglas si se encuentra el tesoro después de descubrir muchas pistas se
cumple un deseo. La madre acompaña al niño en esta búsqueda aunque no sabe bien
de qué se trata. Finalmente Simón desaparece, jugando se va y ya nadie lo
encuentra. Se va enojado porque desoían sus versiones de lo que estaba
sucediendo. Se va porque él es objeto del juego, él es el tesoro escondido que
Laura debe encontrar. Para lo cual decide consultar a una médium.
Es interesante la
función de la médium, Géraldine Chaplin.
Ella percibe a los niños en la casa, los oye, los ve. Una maquinaria especial permite
que todos participen de la sesión, el marido y una psicóloga pero nadie cree lo
que escucha. Se trata de unos niños autistas que gritan y se retuercen relata
la médium. “¿Simón está allí?”…pregunta
la madre, la única que es capaz de ir más allá (es que son sus fantasmas.)
La médium se despide
con una frase increíble: “sólo usted sabe
hasta dónde quiere llegar para recuperar a su hijo. No crea sólo en lo que ve.
Crea para después ver.” Tal vez le dice que sólo podemos ver lo que entra
en nuestro imaginario. Allí la mirada hace lugar al objeto.
Todos se van y
abandonan la búsqueda pero Laura se queda a seguir jugando. Los niños quieren jugar y entonces transforma la mansión
con los muebles antiguos. En la búsqueda de objetos encuentra los cadáveres de
los niños muertos por la malvada institutriz. Los cadáveres de sus compañeros.
Por fin Laura a
través del juego encuentra a Simón, acurrucado, frío, muerto. No es justo, dice, te encontré y el juego no se
cumple. Ella decide morir y justo allí es el deseo de Simón el que sí se
cumple: “deseo que te quedes aquí a
cuidarnos a todos”.
Los niños del orfanato, sus compañeros de
infancia esos que la cuidadora mató, están allí. El deseo de Laura siempre fue
ese. Volver a cuidarlos, a jugar, a estar allí. Su culpa por haber sido la
elegida sólo le hizo elegir volver.
Simón y Laura lograron que el padre crea. Una medallita en el piso del
gran ambiente fue la señal, una puerta que se abre sóla despertó su sonrisa. Y allí
va, él también a jugar.
Los fantasmas de la
madre empujaron al hijo a morir deseándole la muerte a ella.
Para quienes
trabajamos con el inconsciente esta película puede tener un tono especial.
¿Acaso no estamos acostumbrados a trabajar con aquellos que se quedaron a jugar
con los fantasmas de su infancia? Como analistas ¿nos animamos a ocupar en más de una ocasión ese preciso lugar?
Tal vez esta película
es por lo menos… inquietante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario