“Transculturación: La cuestión del Destino” I
“Transculturación: La cuestión del Destino”
III
Silvia Sisto: Ante
todo, muchas gracias por la invitación.
Hay una frase que quiero compartir con ustedes del escritor, Augusto
Roa Bastos, escritor paraguayo, que pone nombre a lo innombrable de la viñeta
de Marcela.
"Salí del encierro oliendo a intemperie”
Voy a contarles… porque creo que el material lo merece y agradezco a la
colega su donación, no debe haber sido fácil, cuando un paciente muere uno
queda muy solo para duelar y creo que esta es una forma. Bueno, voy a contarles
a modo de un sueño mi proceso para llegar hasta acá, los restos diurnos de este
escrito…y en ese sentido este escrito será el sueño…
§ Una charla telefónica con
Roberto Gutman, donde me dice del tema y que le interesa la articulación de
psicoanálisis y política… en otro momento Roberto menciona su preocupación por
el tema de la violencia.
§ Un intercambio de mail con
Gabriela Insúa donde hablamos y ella precisa el tema:
"Transculturación" y sus avatares en la subjetividad…
Con este trasfondo me siento en la computadora tratando de esbozar algo
y primero creo que es algo que nunca pensé y luego me caen los nombres de los artículos
que escribí pensando el tema. Y además mi práctica en la villa de San Fernando.
Además no, sobre todo mi práctica allí.
Se arma entonces la siguiente cadena asociativa:
Psicoanálisis y política / violencia / transculturación / mis escritos
que en realidad tratan del desarraigo…y la villa.
Hasta acá aun no tenía conmigo la viñeta… cuando llegó fue como una
flecha que apunto al alma, hizo agujero.
Entonces me pregunté: ¿Podemos decir que hay desarraigo si no hubo
territorio? ¿Qué territorio tenía Toto para perder?... y me doy cuenta que si
no hay territorio, lo que sigue es desolación…
“No tengo nada
para contar” -dice
Toto. Contar es perder. ”Yo, qué puedo
contar”, agrega. No se puede perder lo que no se tuvo.
Marcela lo invitó a pintar, a dibujar, como un juego. Le arma un
espacio potencial de juego… ¿un territorio?
Tal vez, sólo entonces alguna transculturación será posible. Si estas
operaciones fallan (territorio-desarraigo-transculturación, las pienso en
articulación y les propongo vaciarlos del sentido de la sociología) no habrá
posibilidad de transculturación tal vez allí en ese agujero surja la violencia,
la locura.
Es decir que la violencia, la locura, la marginación y automarginación,
podrían ser en estos casos, síntoma sustitutivo, tal vez a la manera de una
metáfora delirante, frente a la imposibilidad de hacer historia. Fallas que se
atemperan cuando se arma alguna transmisión generacional, si no ocuparán el
lugar de lo que falla y de lo que se adolece. Irrumpirán en acto. En este caso
la muerte del paciente no es sin su firma que lo ubica en una serie
generacional.
La muerte del paciente de Marcela parece tener ese valor. Uno podría
pensar que él armo así un territorio para morir y para que su hija viva, no es
poco.
Quiero tomar otro plano que hace de marco, de contexto a nuestra práctica.
Pensemos en la historia que tenemos como país por un lado- con nuestra participación
en la guerra de la triple alianza donde hacemos puré al Paraguay, nuestros desparecidos,
Menem, el 2001... sólo para situar algunos mojones y como parte de la humanidad,
por otro. Allí somos la cultura post dos guerras mundiales y para ser más
actuales estamos asistiendo a la mayor crisis mundial del capitalismo, ni Marx
lo soñó de este modo.
Me pregunto, hoy ¿qué cambió? Cambió el escenario gracias a la
presencia de los medios de comunicación, entre ellos Internet y de su mano la
globalización. Todo es a gran escala, las migraciones, la desocupación y
viceversa. Esto ha generado lo que suele nombrarse como desocupación
estructural.
Esta situación, produce desarraigo, si este es temprano sin territorio
armado produce fragmentación, aislamiento y porque no, violencia. Me refiero a
territorio interno, ese que en el paciente de Marcela se desbastó cuando murió
su hermano.
Pagó con su subjetividad, ¿se sintió culpable?
Ahí tenemos otro tema que anda circulando y sobre el que los analistas
no debatimos demasiado, se lo dejamos a la justicia y a Susana Giménenz., en
relación a los delitos que cometen los menores. A mi me parece que dejarlos sin
alguna sanción es dejarlos a expensas de su propia condena, de la repetición.
Están condenados a repetir, en ese intento de buscar la diferencia.
Creo que hasta aquí podríamos todos, más o menos estar de acuerdo, el
tema es qué hacemos nosotros como psicoanalistas con esto.
Yo creo que el hospital, la sala, el consultorio, pueden devenir
territorio, dependerá de la habilidad de cada uno para armar eso que Winnicott
supo llamar clima, ambiente. Ese es nuestro mayor desafío, lo más complejo.
¿Cómo hacer un lugar a alguien que ni siquiera lo pide porque nunca lo
tuvo?
En la villa donde trabajamos algunos colegas de Psyche en colaboración
con un Pastor protestante, fuimos pensando y escribiendo algunos de estos
temas, pronto saldrá un libro “Feos, duros y raros. Psicoanalistas y villeros”
que estamos escribiendo con Sergio Rodríguez y la colaboración de varios
colegas.
Traigo un par de cuestiones que allí fuimos elaborando para que lo
conversemos.
Yo creo que nuestra función allí –en ese territorio- es hacer de Real
para ellos, de palo en su rueda, eso si soportamos lo que de Real tiene para
nosotros la escena. A ellos que nos sentemos a charlar les resulta a veces insoportable,
para nosotros su movimiento y adrenalina también lo es.
La pregunta es, ¿Cómo hacer?
Fue Fernando Ulloa quien precisó muy bien la posición de estar
psicoanalista. En el caso que les cuento ese estar nuestro, en el territorio de
ellos, los hizo acercarse y alejarse. Y así punto por punto se fue armando una
red donde uno trajo al otro, y al otro y a la otra…al Centro Comunitario. Estar
allí –que creo que es también la lógica del dispositivo de ustedes en la salas
barriales interviniendo en atención primaria- da lugar al movimiento de
presencia/ ausencia de ellos. Nosotros allí… ellos van y vienen. Y en ese
movimiento sabemos los analistas se constituye la posibilidad de la alineación/
separación.
Nos sucedió entonces que pasamos de pensar cómo generar demanda a estar
rápidamente en el lugar de la oferta. Ofertamos algo que el estado celebra y
los políticos corruptos tienden a negociar y que la gente demanda a gritos. En
este sentido estamos en el centro de la tormenta. Ahí es donde se pone en
tensión nuestra capacidad humana y creativa. Nuestro espacio de elaboración de
equipo piloteado por Sergio Rodríguez hecha luz sobre la cuestión.
“Es necesario
acotar la demanda desmedida sin expulsar”. Experiencias de otras épocas, entre
ellos la de Gilou Royer de García Reinoso en el Hospital de Clínicas con el
dispositivo de [1]Grupos de admisión, nos hace pensar en
darle estatuto al momento de llegada, a la sala de espera.
En ese espacio hay mucho movimiento ya que es un pasillo por donde
pasan los que entran y salen del centro comunitario, con bolsas, bicis y
chicos. Allí armamos un lugar de juego. Y a pesar del movimiento el juego no se
interrumpe. Es tanta la necesidad de ese momento que parece no importar qué
suceda alrededor. Ese pasillo se transformó. Mientras tanto las urgencias
precipitan sin espera.
Lo cierto es que hay demanda, la gente sufre y acude por ayuda, el
incesto está a la orden de día y las adicciones -en especial el paco- hacen
estragos. En medio de este clima algunos chicos consiguieron trabajo. Ya no le
hacen [2] “la segunda” como dicen ellos a
los que negocia armas en el barrio. Estar en el territorio como psicoanalistas
está mejorando las posibilidades de vida de algunos de estos chicos y también
mi modo de estar psicoanalista.
Esta experiencia me hace repensar mucho la idea de que la gente de
bajos recursos y condiciones de vida paupérrimas no demanda hablar. Se nos hace
evidente que hay que instalarse para que la demanda aparezca.
¿Es sólo cuestión de territorios?
Sí, en el sentido de estar en el territorio de ellos pero
transformándolo y dejándonos transformar. Como el pasillo que se transformó en
sala de espera y los que pasan, lejos de molestarse piden disculpas y tal vez
un ratito se detienen a ver de qué se trata.
Y no, porque siempre somos extra-territoriales. Estar en el lugar del
otro no es posible. Tal vez sólo les hacemos “la segunda”, para que encuentren
sus propios recursos simbólicos y sus límites en la transformación de los
espacios. Para no imprimirles nuestros ideales.
En este sentido, ubico al analista semblanteando a quien hace la
segunda para que se animen a ampliar sus territorios. Trabajar, estudiar, armar
una familia. Para que la muerte no sea algo tan predecible en esta vida, como
dijo Lucas cierto día:
- …es una bala que
te entra en la cabeza y listo.
Yo creo que en este pibe de 13 años que ahora forma parte de las
inferiores de su equipo de fútbol se dio un proceso de transculturación.
Dice el diccionario Transculturación: Recepción por un pueblo o grupo
social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más
o menos completo a las propias.
Creo que el acento hay que ponerlo en el sustituyen, de alguna manera
el trabajo que hacemos los analistas se trata de algo de eso, sustituir una
identificación por otra, cambiar un goce por otro… creer que se puede sacar uno
sin haber armado otro es vaciamiento.
Es la “desocupación estructural subjetiva”.
Es lo que le paso a Toto… por fortuna dio con una analista que le tuvo
confianza… esa pregunta que él dispara es la clave.
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