Un golpe de emoción
acertó en su pecho. Justo en el momento en que la pequeña Liz y su mamá se
zambullían en el mar. La mujer se alejó mirando con el golpe en el pecho y
pensó “…triste destino al que nos conduce
el deseo de analista, lugar de deshecho, de soledad. Ellas no se dieron vuelta.
Ni miraron, ni saludaron, ni agradecieron. Sólo disfrutan de ese baño especial,
casi bautismal después de que la pequeña elaborara las distancias de separación
de su madre… y luego… jugó…”
¿Cuando empezó
realmente el juego? Se preguntó la mujer que no sabía que el deseo de analista
no salía de vacaciones y quiso intentar alguna forma, manera, recurso...algo
que posibilitara a esa niña ir hacia el mar. Ella lo miraba atenta, miedosa,
deseosa…tal vez a la mujer le recordó a alguna otra niña…
Finalmente
plantaron bandera entre las olitas y
la mamá, casi casi…justo en el medio. Allí clavaron la pala en la arena y
construyeron un castillo. Fue divertido, buscaron piedras, ramas, caracoles y
una gran canaleta que intentaba llegar al mar pero no llegaba. Más adelante un
señor, un abuelo, construía el suyo para su nieto. El abuelo lo había emplazado
en la orilla, las olitas los
salpicaban, el tenía una técnica de
chorreado de arena con agua, que les enseñó. A Liz le encantó y chapoteó
por primera vez en sus cuatro años. La mujer se vio tentada de sentarme en el
piso donde rompían las últimas olas…hacía mucho calor y se separó de la pequeña
unos cuantos metros. Ella la miró
tentada, feliz, corrió y se trepo a su cuello y una ola las tapo, rieron. Su
mamá se acercó y juntas – madre e hija-
se fueron gateando hacia el mar. La mujer en la orilla se emocionó.
¿Cuando empezó el
juego? ¿Se puede llamar juego a ese primer tiempo de construcción muchas otras
veces fallido? ¿Hay juego antes de poder separase de la mamá?
En este humilde
homenaje al maestro Sigmund -el que observó a sus nietos, a sus hijos, el que
analizo a Juanito a través de su padre-, en este homenaje, quiero tensar un
poco más el concepto de Fort-da, el juego de la desaparición y el retorno.
Concepto que va a formar parte del andamiaje de “Más allá…” junto a otros
tres pilares: Neurosis de guerra, Neurosis de destino y Neurosis de
transferencia.[1]
¿Qué es lo que está
más allá del principio del placer? Freud se pregunta por el motivo que lleva al
niño a jugar, a repetir el mismo juego. Lo mismo sucede en los otros pilares
¿Qué se repite? ¿Por qué se repite?
Me pregunto ¿Hay
juego allí? Ese movimiento, Fooort…..daaaa, ¿es un juego?
Fue observando a su
nieto de 18 meses el hijo de Sophie, el pequeño Ernest que era muy apegado a su
madre- que Freud descubrió el valor de ese movimiento acompañado de un sonido,
de esa repetición.
Según Freud “el juego sintetizaba el logro cultural del
niño, la gran renuncia instintiva realizada a fin de dejar partir a su madre
sin protestar.” Se detectaba allí la ganancia de
placer en el dominio del objeto, de ahí la compulsión a la repetición. Dominio
de la pulsión.
Recordemos que en
1920 Freud la pasó muy mal, murió un amigo y paciente suyo, que lo ayudo en
épocas de guerra, Antón von Freund. El maestro lo curó de un sarcoma, hecho que
fue considerado un milagro. La tarde que entierran al amigo él se anoticia de a
enfermedad de su hija Sophie, mamá de Ernest. Ella muere a los 26 años. Hay una
nota referida al Fort-da que dice: “ahora
que la madre se fue realmente el niño no muestra señales de pesar.”
Evidentemente “Mas allá...”, será el lugar donde tendrán lugar la muerte y
el goce, el fort-da hace a esa trama.
Hace de trama al juego, me atrevo a
decir. Cuando muere Sophie el niño tenía 5 años, había significantes porque
hubo fort-da, o lo que Winnicott supo
llamar Espacio Potencial de juego. Ese espacio muchas veces, muchas más
de lo que creemos, muestra sus fallas, sus agujeros, sus silencios, sus
palabras a lo largo de la vida y por qué no de la muerte de alguien. La pequeña
Liz del relato que me inspiró a repasar el tema ya había pasado evidentemente
por el fort-da, antesala del Estadio del espejo, sin embargo el mar era
más fuerte. Me atrevo a decir que lo que simbólicamente permitió que la niña se
animara a separarse fue esa fugaz y casi imperceptible presencia de ese abuelo
que le “enseñó la técnica de chorreadote
arena con agua”. Freud también era ese abuelo que observaba a ese niño, tal
vez el no advirtió de la importancia de su presencia allí. Entre el niño, la
madre y la ausencia, una presencia cualquiera. Tal vez a modo de significante
cualquiera que ofrece alguna significación posible a tanta inmensidad. Ese mar
se volvió un charquito y luego… a jugar!!!
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