jueves, 6 de junio de 2013

Freud… el abuelo.

Un golpe de emoción acertó en su pecho. Justo en el momento en que la pequeña Liz y su mamá se zambullían en el mar. La mujer se alejó mirando con el golpe en el pecho y pensó “…triste destino al que nos conduce el deseo de analista, lugar de deshecho, de soledad. Ellas no se dieron vuelta. Ni miraron, ni saludaron, ni agradecieron. Sólo disfrutan de ese baño especial, casi bautismal después de que la pequeña elaborara las distancias de separación de su madre… y luego… jugó…”

¿Cuando empezó realmente el juego? Se preguntó la mujer que no sabía que el deseo de analista no salía de vacaciones y quiso intentar alguna forma, manera, recurso...algo que posibilitara a esa niña ir hacia el mar. Ella lo miraba atenta, miedosa, deseosa…tal vez a la mujer le recordó a alguna otra niña…
Finalmente plantaron bandera entre las olitas y la mamá, casi casi…justo en el medio. Allí clavaron la pala en la arena y construyeron un castillo. Fue divertido, buscaron piedras, ramas, caracoles y una gran canaleta que intentaba llegar al mar pero no llegaba. Más adelante un señor, un abuelo, construía el suyo para su nieto. El abuelo lo había emplazado en la orilla, las olitas los salpicaban, el tenía una técnica de chorreado de arena con agua, que les enseñó. A Liz le encantó y chapoteó por primera vez en sus cuatro años. La mujer se vio tentada de sentarme en el piso donde rompían las últimas olas…hacía mucho calor y se separó de la pequeña unos cuantos metros. Ella la  miró tentada, feliz, corrió y se trepo a su cuello y una ola las tapo, rieron. Su mamá se acercó y juntas – madre e hija-  se fueron gateando hacia el mar. La mujer en la orilla se emocionó.

¿Cuando empezó el juego? ¿Se puede llamar juego a ese primer tiempo de construcción muchas otras veces fallido? ¿Hay juego antes de poder separase de la mamá?
En este humilde homenaje al maestro Sigmund -el que observó a sus nietos, a sus hijos, el que analizo a Juanito a través de su padre-, en este homenaje, quiero tensar un poco más el concepto de Fort-da, el juego de la desaparición y el retorno. Concepto que va a formar parte del andamiaje de “Más allá…”  junto a otros tres pilares: Neurosis de guerra, Neurosis de destino y Neurosis de transferencia.[1]
¿Qué es lo que está más allá del principio del placer? Freud se pregunta por el motivo que lleva al niño a jugar, a repetir el mismo juego. Lo mismo sucede en los otros pilares ¿Qué se repite? ¿Por qué se repite?
Me pregunto ¿Hay juego allí? Ese movimiento, Fooort…..daaaa, ¿es un juego?
Fue observando a su nieto de 18 meses el hijo de Sophie, el pequeño Ernest que era muy apegado a su madre- que Freud descubrió el valor de ese movimiento acompañado de un sonido, de esa repetición. 
Según Freud “el juego sintetizaba el logro cultural del niño, la gran renuncia instintiva realizada a fin de dejar partir a su madre sin protestar.” Se detectaba allí la ganancia de placer en el dominio del objeto, de ahí la compulsión a la repetición. Dominio de la pulsión.
Recordemos que en 1920 Freud la pasó muy mal, murió un amigo y paciente suyo, que lo ayudo en épocas de guerra, Antón von Freund. El maestro lo curó de un sarcoma, hecho que fue considerado un milagro. La tarde que entierran al amigo él se anoticia de a enfermedad de su hija Sophie, mamá de Ernest. Ella muere a los 26 años. Hay una nota referida al Fort-da que dice: “ahora que la madre se fue realmente el niño no muestra señales de pesar.”
Evidentemente “Mas allá...”,  será el lugar donde tendrán lugar la muerte y el goce, el  fort-da hace a esa trama. Hace de trama al juego, me atrevo a decir. Cuando muere Sophie el niño tenía 5 años, había significantes porque hubo fort-da, o lo que  Winnicott supo llamar Espacio Potencial de juego. Ese espacio muchas veces, muchas más de lo que creemos, muestra sus fallas, sus agujeros, sus silencios, sus palabras a lo largo de la vida y por qué no de la muerte de alguien. La pequeña Liz del relato que me inspiró a repasar el tema ya había pasado evidentemente por el fort-da, antesala del Estadio del espejo, sin embargo el mar era más fuerte. Me atrevo a decir que lo que simbólicamente permitió que la niña se animara a separarse fue esa fugaz y casi imperceptible presencia de ese abuelo que le “enseñó la técnica de chorreadote arena con agua”. Freud también era ese abuelo que observaba a ese niño, tal vez el no advirtió de la importancia de su presencia allí. Entre el niño, la madre y la ausencia, una presencia cualquiera. Tal vez a modo de significante cualquiera que ofrece alguna significación posible a tanta inmensidad. Ese mar se volvió un charquito y luego… a jugar!!!






[1] El Siglo del Psicoanálisis- Emilio Rodrigué.

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