Lo que sigue es el relato sobre un
aspecto de nuestra intervención como psicoanalistas en el marco del trabajo de
ASE (Acción Social Ecuménica) por invitación del Pastor Protestante Sabino
Ayala –de la Iglesia Evangélica Alemana del Río de la Plata- y la Licenciada
Griselda Knodel Coordinadora del Área de Salud Mental de dicho espacio, en una
villa del conurbano bonaerense.
Camila. Otro
escalón fue posible
Por
Sergio Rodríguez
Segura, inteligente, vivaz. Una de las
manos derechas del Pastor. La otra, es Nerea, la hermana de Camila. Camila no es
alta, tampoco baja. Siendo mujer, estatura media, límite inferior. Tez cetrina,
rostro bonito, iluminado siempre por una linda sonrisa.
Ni bien se enteró que la Parroquia
llevaría un psicoanalista, pidió ir a verlo. Una vez por semana, cerca de un
año. Se sentía triste. No le gustaban las cosas que pasaban en su casa. Ella,
Nerea y tres hermanas más, dormían en una de las habitaciones. Otras tres, en
una más chiquita y las otras dos en el comedor. La hermana mayor hacía dos años
que vivía con el novio y su bebé. Sí, son once hermanas. En el dormitorio
matrimonial, los padres. Ahí estaba el problema. Con las hermanas se llevaba
más o menos bien. En verdad casi no se relacionaba, ni siquiera con Nerea, con
la que trabajaban casi todos los días juntas en la Parroquia y en las cosas de
la Villa. Pero, mucho no se daban.
Se ponía muy mal, por como el padre
trataba a la madre. Siempre la maltrataba, a veces hasta le pegaba. Y la madre
no se refugiaba en ella. Más bien, se iba a la casilla de la hermana. Es cierto
que Camila siempre fue muy independiente y anduvo por las suyas. Pero sufría
cuando el padre le pegaba a la madre. Una vez se interpuso y se golpearon
fiero. Desde entonces, no se hablan. Un eterno silencio tenso entre los dos.
Ella lo sufre, pero… no le importa. Cuando él entra, ni lo mira. Y trata de
estar lo menos posible en la casa. Reparte
su día en trabajar en un centro comunitario como maestra (aunque aún no lo es),
ayuda con los deberes, y por la tarde en la Parroquia
con los chicos de la villa.
Andando el análisis, aparecieron dos
amorcitos. Uno, un muchacho que la persigue hace mucho, el Toni. Buen muchacho.
Es albañil, medio oficial ayudante, y pintor de paredes. Cuando no changuea con
uno de los oficios, changuea con el otro. Es bueno y trabajador. Pero curte
Paco, a veces, con Quique. Es cierto que no lo hace todos los días y menos todo
el día. Sólo el fin de semana. Pero ella sabe, así empiezan. Un fin de semana fue a una actividad de la Iglesia en
Ezeiza y conoció a un muchacho que vive en una villa de Monte Chingolo. Está
terminando una escuela técnica y dice que piensa seguir. Tiene un auto, y la
llevaba a pasear en él. Claro, viven lejos y eso es un lío. Pero los fines de
semana se encontraban en Constitución, es un lugar que resulta intermedio. Pero
duró poco, la distancia era mucha y el entusiasmo no tanto.
Las conversaciones se fueron orientando
a su deseo de dejar de seguir viviendo en la villa y orientarse hacia un
estudio universitario. Tenía 18 años y había terminado bien la secundaria.
Pero… ¿dejar sola a su mamá? ¿Y sus hermanas? ¿A dónde ir? Primero pensó en
hacer el profesorado de matemáticas. Al analista, mucho no lo convencía. No le
parecía que sus deseos tuvieran que ver con una “exacta” y tampoco con andar
dando clases. Más bien, era su rebusque actual. Pero, como corresponde, se
calló. Y ella siguió sus asociaciones. En el curso de las sesiones en el “aula”
de la Parroquia, apareció un sueño repetitivo que hacía mucho la perseguía
despertándola con angustia. Breve. En distintos lugares, con algún detalle diferente,
pero siempre lo mismo: subía una escalera,
había gente atrás, y no podía llegar al final… El sueño se cortaba
dejándola sumida en la angustia. Mientras, seguía barajando posibilidades.
Apareció abogacía, pero no sabía por qué, pero algo de esa carrera no le
cerraba. ¿Merecían ser defendidos, muchos que conocía? Sabía que hacían lo que
hacían, en buena medida por cómo vivían. Pero otros que vivían así también, no
caían en hacer esas cosas. Trabajaban y se las arreglaban como podían. No todos
eran iguales. Si se recibía de abogada, ¿iba a defender delincuentes? No le
cuadraba. Hubo una exposición sobre carreras universitarias en La Rural. Fue
con una amiga y uno de los estudiantes de teología. Se pasó muchas horas
recorriendo las diferentes muestras y escuchó atentamente las explicaciones. A
la sesión siguiente vino radiante. Había descubierto qué quería estudiar. Sería
Trabajadora Social, no sabía explicar bien por qué, pero sintió que esa carrera
le cuadraba. Siguió el análisis un tiempo. ¿Cómo hacer para irse a vivir a otro
lugar?, ¿qué hacer con tal o cual muchacho que la buscaba? El analista sabía
que el año que viene no volvería, el cuerpo ya no le daba. Decidió avisárselo
con cierto tiempo a Camila. Fue también material de trabajo. Ninguno de los dos
era demasiado afecto a las despedidas. Cerca de la última sesión, unas pocas
antes, Camila “le” trajo un sueño, pero esta vez sonriente: Volvía a la escalera de otros sueños y
comenzaba a subirla. Esta vez, nadie quedaba atrás y pudo llegar hasta el final
de la escalera. Se miraron cómplices. Como Trabajadora Social, saldría de
la Villa, pero sin olvidarse de los que quedaban atrás. Trabajaría de ocuparse
por tratar que Otro lugar fuese posible para ellos.
En la fiesta de fin de año de la
Parroquia, se despidieron analista y analizante con una sonrisa, pero no sin un
dejo de tristeza. Por Silvia, la analista que siguió trabajando con ella, me
enteré después que Camila se había ido a vivir con una amiga y había empezado
el CBC.
Camila lava con
lágrimas su tristeza
Por
Silvia Sisto
Morocha de ojos negros, sonrisa amplia,
fresca, 19 añitos. Cuando me incorporo al trabajo,
Camila ya había estado en tratamiento con Sergio todo ese año. Acepta el pasaje
sin problemas…está bien…si Sergio dice…
Cada sesión preguntaba por él…lo
extrañaba. Yo le hacía llegar sus saludos. Fuimos charlando y reconstruyendo lo
recorrido con Sergio. La salita de arriba de la parroquia. Era un poco fría
aunque cálida a la vez… cuestión de balancear…alguna merienda antes, compartida
con los chicos en la cocina, era reconfortante para ambas.
Cierto día Camila cuenta un sueño. Ella
está con su amigo Rubén (el que se iba a
Alemania becado y justo, justo antes, se va a pasear al río, se tira de cabeza
y se mata. Rubén era un pibe de la villa que había logrado este premio. Una
beca para estudiar allá… lo que pudimos ubicar como un acto fallido terminó con
su plan y con su vida).
Bueno, en el sueño él miraba como ella subía una escalera.
Camila llora, lo extraña y siente mucho
dolor. Si a ella algo le cuesta es subir, salir, ir a estudiar o trabajar fuera
de la villa.
“Es
que es difícil salir solo dejando a los otros abajo…mirando.”
La interpretación del sueño y el trabajo
en la parroquia hacen que Camila luzca su bella sonrisa, la tristeza empieza a
correrse de su mirada, hay proyectos. Empieza a estudiar en la universidad.
Pero hay una materia que le cuesta, no logra entender de qué hablan. Es interpretación
de textos y ella es lectora pero no entiende y empieza angustiarse. Es ahí que
le propongo que traiga el material a ver de qué se trata y resulta que era el
texto de Darwin sobre la Selección natural de las especies.
Claro…los
más fuertes son los que sobrevivirán, los que mejor se adapten al medio y
puedan mutar de acuerdo a los cambios. Camila abre sus enormes ojos. -Es lógico que no entendieras. De alguna manera se trata de lo que pasa en la
villa, de lo que te pasa, de Rubén que no pudo subir las escaleras.
Camila lloró y nuevamente lavó su
tristeza.
Hace poco se fue de su casa a vivir con
unas amigas. Consiguió un trabajo como docente y…volverá a estudiar…tal vez.
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