En el escrito anterior quedó planteado el
tema: La confianza o mejor dicho, la
falta de confianza que se instaló a partir de robos en el ámbito de la familia.
La confianza y su falta, en transferencia.
Llegamos
puntualmente con el pastor -a la casa de la familia que visitamos regularmente-
y el clima estaba tenso, había una especie de danza macabra que no era
habitual, casi no se miraban. Estaban esquivos, enojados. El tema que empezó a desplegarse
muy fragmentadamente es que -falta plata, me robaron- dice la hija mayor. -Yo
tenía $400 y me los sacaron
- ¿Acá adentro?
Pregunto ingenuamente.
- Y sí, alguien de acá. Esto está pasando hace
rato.
Todos y cada uno
tienen una experiencia para contar sobre el tema, a todos les faltó algo y
nadie dice nada directamente ni hay acusaciones, sólo miradas cómplices entre
los que parecen saber de qué se trata. El Bebe (otro de los hijos) y su mujer
no hablan, son los únicos callados. Nuevamente y como planteo en otro artículo
de este número[1],
nadie quiere romper la masa. En medio de esta tensión se decide que pondrán una
llave en la última pieza, la del Bebe y su mujer. A él le faltó algo, poca cosa,
hace un tiempo.
Decidieron balizar
el terreno (me entero en conversaciones individuales que todos los cañones apuntan a la mujer del Bebe y él ni enterado. Ella lo engaña en
varios sentidos). Por eso “la llave irá
en su pieza y si a él le vuelve a faltar algo quedará evidenciado quién fue.”
Con este acuerdo tácito
y una aparente calma nos retiramos.
Les adelanto el
final, nunca más faltó nada. O sea, estuvieron muy bien en la estrategia que
pensaron para evitar una fractura familiar violenta. Emma, la madre, no quiere
que el Bebe se vaya a lo de los suegros. Entre otras cosas porque es el único
que trabaja actualmente. Pero además la familia de ella es non sancta para Emma, es decir también tiene que ver con el
cuidado.
En el siguiente
encuentro se repite el triste y conocido:-
está todo bien.
Intervengo
recordando el tema de la semana anterior, algo así como que no se hagan los
tontos, que se trata de un tema que antes estuvo en relación a la hermana menor[2],
- sólo que sin tantos riesgos de ruptura o enfrentamientos- a ella no le
importa robarles y que lo sepan porque se considera tributaria de eso que les
roba. -Si no me lo dan lo tomo, yo me lo
merezco soy la más carenciada de todos. En realidad, es la que más tiene
empeñado su cuerpo. Lo empeña con algún “novio” con dinero y pieza propia.
Entonces, en medio
del “está todo bien”, es que el Negro[3]
desde el marco de la puerta ametralla:
- Mirá, déjense de joder, porque estamos bien, el otro
día después que ustedes se fueron nos quedamos re mal. Nos peleamos todos
contra todos, esto fue un quilombo. Para ustedes es fácil vienen tiran la bomba
y se van.
Ahí, justo ahí, es que
lo freno. –¿vos crees que la bomba no está acá, que las cosas pasan porque las
hablamos, o el problema está acá?
También justo ahí
es que el pastor ofendido e histriónicamente, retruca.
- Ah bueno!! si el problema somos nosotros entonces nos
vamos, y empieza a saludar a todos muy afectuoso pero impiadosamente. Mientras la mayoría decía: -“no,
eso piensa el Negro, -Yo no, -Yo tampoco”, y así finalmente el Negro apenadísimo
insiste en hablar. (Es evidente que se empiezan a dividir en sus posiciones, no
a fracturarse)
Y ahí, justito ahí,
nuestro protestante pastor se dirige al modesto aparador, toma un vaso y se
para en medio de la escena, los pibes hacían chistes tratando de aflojar-: “No!! No lo tires!! Se va a romper!!”
-Ah... ¡¿si la tiro se rompe?!, dice el pastor
-Sí,
dejate de joder que hay pocos
- ¿Si se rompe que pasa?
-Y no
sirve más, o por ahí se puede pegar
-Ah… ¿Y acá que se rompió?
-La confianza, dijo el Negro
Fin de la danza
macabra, se abrió el discurso.
El protestante
pastor –como lo nombro amablemente- se sentó calmado y empezamos a hablar sobre
el tema de la confianza. Tema que se pone en acto -y en el que entra a jugar mi
función - cada vez que uno de ellos habla conmigo en privado sobre los otros y
luego en la ronda general obviamente no puedo decir nada de lo escuchado. Cada
uno trata de saber que me dijo el otro. Algo bastante parecido a lo que hacen
con la madre. Hay allí un llamado a que mi función en transferencia sea ocupar
ese lugar de objeto idéntico para todos (como la madre) y diferente con cada
uno (como la madre no puede hacer). Casi la misma estrategia que usaríamos
cuando enfrentamos el tratamiento de algunas simbiosis. La gran diferencia en
esta ocasión es que tengo la posibilidad de intervenir en el lugar, tal vez desde
una posición “entre” analista / acompañante terapéutico. Contando con las
paredes, los olores y los colores de la escena.
Vuelvo entonces a
la intervención del pastor, que fue decisiva. Tomó un vaso y concretamente
dramatizo el drama.
Luego de lo
concreto del acto con un elemento concreto y visualmente claro, luego vino la
palabra. La palabra aun hoy sigue circulando y va tomando diferentes sentidos.
La palabra confianza se volvió así
significante.
Ellos operaron así
desde el inicio: Colocaron una llave en la puerta indicada y desde ahí
produjeron un cambio sin confrontaciones ni acusaciones. Pero la gran
diferencia entre el primer y el segundo acto es que en el primero no hay ni
culpa ni responsabilidad, sino algo así como estrategia de guerra frente a un
enemigo común. La pista me la dan además, las palabras que elegí a la hora de
narrar la historia: apunta, cañones, ametralla (ver negritas).
En el segundo acto
hay culpa y porque no, deuda, con su querido pastor que se retiraba ofendido.
Si algo de la deuda
se empieza a instalar tal vez salir de la cueva tenga algún sentido para estos jóvenes.
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