miércoles, 12 de junio de 2013

La inundación.

 Bordes posibles, desbordes inevitables, encuentros necesarios
Un grupo de psicoanalistas miembros la Red: Otro lugar,  participamos del trabajo en territorio, con los inundados de La Plata, en la zona de Los hornos. Gracias a la experiencia que tomamos  de otras intervenciones; por  nuestro trabajo con poblaciones en villas de emergencia, logramos  detectar “un lugar” donde intervenir sin invadir, sin hacer disrupciones. Este es uno de los mayores riesgos en estas tareas. Como sucede en los casos graves, ir a la conquista del territorio del otro es provocar más angustia de la que hay. Preguntar, indagar, relevar datos en los primeros momentos puede ser sumamente invasivo, si el otro no está disponible.  Y no lo está. Nuestro trabajo es otro, se trata de escuchar aun cuando no haya palabras para nombrar o justamente por eso.  Se trata de  generar algún encuentro posible sin que se asimile a más desbordes. Y aunque parezca desproporcionado frente a la magnitud de una catástrofe,  es la atención libremente  flotante un elemento muy noble.  Fue así que una de las colegas, Laura Lueiro,  propuso caminar, simplemente caminar. Claro, caminar en la desolación, aunque por suerte había sol y eso mejoraba las cosas, no es tan simple.  Nos fuimos acercando a la gente amablemente, en este caso  desde nuestro lugar de psicólogas voluntarias. Hace a mi  posición ética reconocerme también en esta función cuando de intervenciones comunitarias se trata, es el título que me habilita desde la ley social. También la experiencia personal y la lectura de nuestros maestros  indica que  en muchos casos la demanda hay que generarla. Sería un desprecio, ahora a la ética del deseo que como analista me habita, no hacerlo. Por eso, nos acercamos, a aquellos que estaban en la puerta o en la calle. No golpeamos puertas ni empujamos conversaciones. Solo caminamos y charlamos con los vecinos. Julia Castañeda conversaba sentada sobre  un resto de cemento, con una niña; mientras Laura y yo hablábamos con una abuela cuya nieta estaba muy cerca de una crisis de broncoespasmo y no tenía medicación. Por intermedio nuestro, a través de  otros actores sociales conseguimos la presencia de un médico en la zona,  que se instaló en la casa de un vecino y la niña junto a muchos otros,  fue atendida. Armamos red. Facilitando así alguna trama, algún sostén, nuestra presencia en ese ir y venir iba otorgando cierta vitalidad a la escena. Cierta cuota de posibilidad.
Caminábamos la zona y en esa deriva, entre triste y desolada, mezcla de angustia y cansancio (nuestros cuerpos estaban afectados por la situación) detecto a lo lejos un alambrado y del otro lado, un señor con una olla enorme.  Y me dije: allí hay algún recurso (¿simbólico?) que ha resistido el desborde. El caos se ordenaba alrededor de una olla.  Era el hogar cuyo abuelo,  había organizado una merienda para los chicos de la zona. Y después de explicarle nuestra idea, nos dice: “sí, jueguen con los chicos, así los sacamos un poco de todo esto”.  Armamos entonces un espacio de juego para los que asistían a buscar  la merienda. Este no es un detalle menor, se llevaban botellas de chocolatada para tomar en su casa con sus hermanos y familia, dejando así de ser “evacuados”. Palabra que entra cotidianamente en la serie de palabras  en uso, esas que parecieran perder su valor plurisémico y significante. Sin embargo muchas veces precipitan y allí podríamos arriesgar que generan ese  dolor traducido en violencia, depresiones y otros malestares,  con mucha lógica.  Pero además, no es lo mismo “evacuar” que ser un “evacuado”. El “evacuado”  está en posición absolutamente pasiva.  Este abuelo en su acto imprimía dignidad y un cambio de posición: se llevaban la merienda  y a la noche la cena. Para eso tenían que hablarpedir, agradecer y esperar en un orden muy espontáneo. Su presencia, la olla, los objetos necesarios armaban una escena donde sostenerse.
  Con su permiso nosotras armamos el espacio en la vereda, con un tablón y dos sillas resto también del desastre, se construyó una mesa. No sería para comer sino para dibujar, otro desplazamiento. Los chicos aparecieron antes de terminar de ubicar los materiales. Hubo dibujos, relatos, encuentro. Nuestra función  fue hacer lugar al relato de lo traumático, por diferentes vías.  Fue sorprendente  que ante semejante caos respondieron con semejante armonía. Nadie se abalanzó sobre nada, ni disputo un lápiz. Todos cuidaban, prestaban, preguntaban. Nosotras solo conteníamos la escena desde los bordes, bordeando. Ayudando, pegando y colgando los trabajos en el alambrado. Muchos  querían poner el suyo pero después de llevar el primero a su mamá. Las edades eran muy variadas, desde 2 a 12 años. Nos decían seño. La función de la escuela “nos ocupaba”. ¿Semblante? Porque no.  En ese momento esa presencia nuestra  ¿podría  ser asimilada al estado en tanto función? Tal vez y no está nada mal, ya que al estado cada uno lo habita desde alguna función. Para ellos éramos las seño…
Con la caída del sol llegó el repliegue. Uno de los chicos pregunta: ¿Vienen mañana?  ¿Para qué queres que volvamos? Para jugar. Jugando rearmaron tal vez,  su construcción simbólico imaginaria acotando reales, soportando realidades. Cada uno con su particularidad atenuó en este movimiento labilidades arcaicas, miedos nuevos, ruidos de agua golpeando el rancho. No pedían ni agua ni comida, querían jugar, estaban aliviados.
Habían pasado del  ir y venir  a sentarse a jugar.  Estaban tranquilos, salieron del  puro llenado (recibir tanta cantidad de donaciones es muy intenso) frente al vacío que paradójicamente la inundación había dejado y pasaron al deseo/anhelo  de seguir jugando.
¿Sería excesivo  comparar estas circunstancias con un episodio de desborde pulsional? Tiene algún viso: Frente a las fragilidades hay episodios que empujan al desborde, al derrumbe. Y dependerá de las circunstancias previas si se responderá con empobrecimiento o  construcción. Entonces  me lo permito ya que  la situación en sí misma precipita eso que llamamos: el goce del Otro, ese que no debería haber, como la guerra y la locura. El agua es imparable sobre todo si sube dos metros en media hora. El llamado al Otro es también puede ser imparable.
 El abuelo relata que el rancho se venía abajo y él pensó “abro la puerta de adelante y de atrás y el agua pasa”. Y así salvo el lugar. Cuantas personas  frente a lo mismo no pudieron pensar, escuchar, y responder intuitivamente a semejante avance. Ese recurso, la intuición, es clave en algunos momentos de decisión, pero no todos la tienen disponible sobre todo cuando no hay una organización simbólico imaginaria previa. Esa organización no solo es interna sino también puede ser social, por ejemplo: un protocolo de emergencia. Que proteja, que ortopedice las fallas subjetivas y los desbordes emocionales en momentos tan difíciles.
Y entonces, y como protocolo no hubo, ni hay por ahora,  algunos responden con todos sus recursos y otros, al decir de Laura: responden regresivamente. Llorando, gritando,  puteando al estado que no está en función.  Responden  ahogados por ese goce sin mesura.
Muchos vecinos  se quejaban diciendo: “acá no vino nadie”. Y frente a la pregunta sobre qué necesitan, repetían: “nada, acá no vino nadie”. No se referían a los voluntarios que llevaron  comida, ropa o agua. ¿Se referían a la presencia  del estado en función protectora más allá de los objetos de necesidad? Otros vecinos, el de al lado por ejemplo, decía: “estamos bien, nos trajeron de todo”. Es evidente que la diferencia está en la subjetividad de cada uno. Este planteo no pretende  salvar  al estado en su ausencia de diferentes modos. Ni le quita el mérito a su presencia en otros. Lo que se hizo  evidente es que las donaciones no suplían esa función protectora reclamada por  los más frágiles, que no siempre son los más pobres. La función que verdaderamente se reclama es la materna y la paterna: alguien que nos cuide, que nos abrigue, que haga algo!! Es la demanda desmedida de un niño.  Y es muy lógico también.
 El abuelo de nuestra historia pudo tomar otra posición, él hacía algo con lo que le pasaba. Fue muy grato conocerlo y poder aportar un detalle más para terminar con esa torpe idea de que los pobres no tienen recursos y los psi no tenemos nada importante que hacer en una catástrofe entre natural y  político social. 
Mientras termino de escribir el artículo escucho la radio y me entero que están desalojando los Talleres Protegidos del Borda. El modo, la forma, la hora, la cantidad de policías, todo eso es lo que NO hay que hacer. En un hospital psiquiátrico producir semejante disrupción es criminal. Y es el estado quien lo agencia… sin palabras. Aunque María Eugenia Vidal, la vice jefa de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, tiene miles de palabras pausadas que contrastan con las imágenes brutales. Eso es muy cercano a la perversión.
Silvia Sisto- Psicoanalista

www.red-otrolugar.como.ar

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