Bordes posibles, desbordes
inevitables, encuentros necesarios
Un grupo de psicoanalistas miembros la Red: Otro lugar, participamos del trabajo en territorio, con
los inundados de La Plata, en la zona de Los hornos. Gracias a la experiencia
que tomamos de otras intervenciones;
por nuestro trabajo con poblaciones en
villas de emergencia, logramos detectar
“un lugar” donde intervenir sin invadir, sin hacer disrupciones. Este es uno de
los mayores riesgos en estas tareas. Como sucede en los casos graves, ir a la
conquista del territorio del otro es provocar más angustia de la que hay.
Preguntar, indagar, relevar datos en los primeros momentos puede ser sumamente
invasivo, si el otro no está disponible.
Y no lo está. Nuestro trabajo es otro, se trata de escuchar aun cuando
no haya palabras para nombrar o justamente por eso. Se trata de generar algún encuentro posible sin que se
asimile a más desbordes. Y aunque parezca desproporcionado frente a la magnitud
de una catástrofe, es la atención
libremente flotante un elemento muy
noble. Fue así que una de las colegas,
Laura Lueiro, propuso caminar, simplemente
caminar. Claro, caminar en la desolación, aunque por suerte había sol y eso
mejoraba las cosas, no es tan simple. Nos fuimos acercando a la gente amablemente,
en este caso desde nuestro lugar de psicólogas
voluntarias. Hace a mi posición ética
reconocerme también en esta función cuando de intervenciones comunitarias se
trata, es el título que me habilita desde la ley social. También la experiencia
personal y la lectura de nuestros maestros indica que en muchos casos la demanda hay que generarla.
Sería un desprecio, ahora a la ética del deseo que como analista me habita, no
hacerlo. Por eso, nos acercamos, a aquellos que estaban en la puerta o en la
calle. No golpeamos puertas ni empujamos conversaciones. Solo caminamos y
charlamos con los vecinos. Julia Castañeda conversaba sentada sobre un resto de cemento, con una niña; mientras
Laura y yo hablábamos con una abuela cuya nieta estaba muy cerca de una crisis
de broncoespasmo y no tenía medicación. Por intermedio nuestro, a través
de otros actores sociales conseguimos la
presencia de un médico en la zona, que
se instaló en la casa de un vecino y la niña junto a muchos otros, fue atendida. Armamos red. Facilitando así
alguna trama, algún sostén, nuestra presencia en ese ir y venir iba otorgando
cierta vitalidad a la escena. Cierta cuota de posibilidad.
Caminábamos la zona y en esa deriva, entre triste y
desolada, mezcla de angustia y cansancio (nuestros cuerpos estaban afectados
por la situación) detecto a lo lejos un alambrado y del otro lado, un señor con
una olla enorme. Y me dije: allí hay
algún recurso (¿simbólico?) que ha resistido el desborde. El caos se ordenaba
alrededor de una olla. Era el hogar cuyo
abuelo, había organizado una merienda
para los chicos de la zona. Y después de explicarle nuestra idea, nos dice: “sí,
jueguen con los chicos, así los sacamos un poco de todo esto”. Armamos entonces un espacio de juego para los
que asistían a buscar la merienda. Este
no es un detalle menor, se llevaban botellas de chocolatada para tomar en su
casa con sus hermanos y familia, dejando así de ser “evacuados”. Palabra que
entra cotidianamente en la serie de palabras en uso, esas que parecieran perder su valor
plurisémico y significante. Sin embargo muchas veces precipitan y allí podríamos
arriesgar que generan ese dolor
traducido en violencia, depresiones y otros malestares, con mucha lógica. Pero además, no es lo mismo “evacuar” que ser
un “evacuado”. El “evacuado” está en
posición absolutamente pasiva. Este abuelo en su acto imprimía dignidad y un cambio de posición: se llevaban la merienda
y a la noche la cena. Para eso tenían que hablar, pedir, agradecer y esperar en un orden muy espontáneo. Su
presencia, la olla, los objetos necesarios armaban una escena donde sostenerse.
Con su permiso nosotras armamos el espacio en
la vereda, con un tablón y dos sillas resto también del desastre, se construyó
una mesa. No sería para comer sino para dibujar, otro desplazamiento. Los
chicos aparecieron antes de terminar de ubicar los materiales. Hubo dibujos,
relatos, encuentro. Nuestra función fue
hacer lugar al relato de lo traumático, por diferentes vías. Fue sorprendente que ante semejante caos respondieron con
semejante armonía. Nadie se abalanzó sobre nada, ni disputo un lápiz. Todos
cuidaban, prestaban, preguntaban. Nosotras solo conteníamos la escena desde los
bordes, bordeando. Ayudando, pegando y colgando los trabajos en el alambrado. Muchos
querían poner el suyo pero después de llevar
el primero a su mamá. Las edades eran muy variadas, desde 2 a 12 años. Nos
decían seño. La función de la escuela “nos ocupaba”. ¿Semblante? Porque
no. En ese momento esa presencia nuestra
¿podría ser asimilada al estado en tanto función? Tal
vez y no está nada mal, ya que al estado cada uno lo habita desde alguna
función. Para ellos éramos las seño…
Con la caída del sol llegó el repliegue. Uno de los chicos
pregunta: ¿Vienen mañana? ¿Para qué
queres que volvamos? Para jugar. Jugando rearmaron tal vez, su construcción simbólico imaginaria acotando
reales, soportando realidades. Cada uno con su particularidad atenuó en este
movimiento labilidades arcaicas, miedos nuevos, ruidos de agua golpeando el
rancho. No pedían ni agua ni comida, querían jugar, estaban aliviados.
Habían pasado del ir
y venir a sentarse a jugar. Estaban tranquilos, salieron del puro llenado (recibir tanta cantidad de
donaciones es muy intenso) frente al vacío que paradójicamente la inundación
había dejado y pasaron al deseo/anhelo
de seguir jugando.
¿Sería excesivo
comparar estas circunstancias con un episodio de desborde pulsional? Tiene
algún viso: Frente a las fragilidades hay episodios que empujan al desborde, al
derrumbe. Y dependerá de las circunstancias previas si se responderá con
empobrecimiento o construcción. Entonces
me lo permito ya que la situación en sí misma precipita eso que
llamamos: el goce del Otro, ese que no debería haber, como la guerra y la
locura. El agua es imparable sobre todo si sube dos metros en media hora. El
llamado al Otro es también puede ser imparable.
El abuelo relata que
el rancho se venía abajo y él pensó “abro la puerta de adelante y de atrás y el
agua pasa”. Y así salvo el lugar. Cuantas personas frente a lo mismo no pudieron pensar,
escuchar, y responder intuitivamente a semejante avance. Ese recurso, la
intuición, es clave en algunos momentos de decisión, pero no todos la tienen
disponible sobre todo cuando no hay una organización simbólico imaginaria previa.
Esa organización no solo es interna sino también puede ser social, por ejemplo:
un protocolo de emergencia. Que proteja, que ortopedice las fallas subjetivas y
los desbordes emocionales en momentos tan difíciles.
Y entonces, y como protocolo no hubo, ni hay por ahora, algunos responden con todos sus recursos y otros,
al decir de Laura: responden regresivamente. Llorando, gritando, puteando al estado que no está en función. Responden ahogados por ese goce sin mesura.
Muchos vecinos se
quejaban diciendo: “acá no vino nadie”. Y frente a la pregunta sobre qué
necesitan, repetían: “nada, acá no vino nadie”. No se referían a los
voluntarios que llevaron comida, ropa o
agua. ¿Se referían a la presencia del
estado en función protectora más allá de los objetos de necesidad? Otros
vecinos, el de al lado por ejemplo, decía: “estamos bien, nos trajeron de todo”.
Es evidente que la diferencia está en la subjetividad de cada uno. Este planteo
no pretende salvar al estado en su ausencia de diferentes modos.
Ni le quita el mérito a su presencia en otros. Lo que se hizo evidente es que las donaciones no suplían esa
función protectora reclamada por los más
frágiles, que no siempre son los más pobres. La función que verdaderamente se
reclama es la materna y la paterna: alguien que nos cuide, que nos abrigue, que
haga algo!! Es la demanda desmedida de un niño.
Y es muy lógico también.
El abuelo de nuestra
historia pudo tomar otra posición, él hacía algo con lo que le pasaba. Fue muy
grato conocerlo y poder aportar un detalle más para terminar con esa torpe idea
de que los pobres no tienen recursos y los psi no tenemos nada importante que
hacer en una catástrofe entre natural y
político social.
Mientras termino de escribir el artículo escucho la radio y
me entero que están desalojando los Talleres Protegidos del Borda. El modo, la
forma, la hora, la cantidad de policías, todo eso es lo que NO hay que hacer.
En un hospital psiquiátrico producir semejante disrupción es criminal. Y es el
estado quien lo agencia… sin palabras. Aunque María Eugenia Vidal, la vice jefa
de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, tiene miles de palabras pausadas que
contrastan con las imágenes brutales. Eso es muy cercano a la perversión.
Silvia Sisto- Psicoanalista
www.red-otrolugar.como.ar
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